domingo, 29 de noviembre de 2009

JEROGLÍFICOS

Durante tres mil años, las palabras divinas, como llamaban los egipcios a los jeroglíficos, fueron inscritas en los muros de templos y tumbas para recordar las gestas de los soberanos y fijar los textos sagrados.
En una de las salas egipcias del Museo Británico, en Londres, se expone una curiosa pieza: un bloque de granito rectangular, con un orificio en el centro del que parten once canales tallados en la piedra, alrededor de los cuales aparecen decenas de signos jeroglíficos. Descubierta en 1805 por el conde de Spencer, éste la donó al Museo, pero su contenido sólo pudo conocerse tras el desciframiento de la escritura jeroglífica por obra de Jean-François Champollion, que tuvo lugar casi veinte años más tarde. El agujero central y los surcos hablan a las claras de su uso como piedra de molino en una época posterior a la que fue creada: la del faraón Shabaka (716-702 a.C.), rey de la dinastía XXV. Este soberano fue quien mandó inscribir lo jeroglíficos que, desgastados por el tiempo y por el uso, relatan la creación del mundo por Ptah, el gran dios de Menfis.
La piedra de Shabaka, como se conoce esta pieza, nos facilita uno de los documentos más expresivos sobre el carácter sagrado de la escritura para los antiguos egipcios. Así, podemos leer, por ejemplo, que: Según los pensamientos del corazón de Ptah y las palabras de la lengua de Ptah, los inocentes son liberados y los culpables son castigados, se concede la vida a los puros de corazón y la muerte a los necios. Según los pensamientos del corazón de Ptah, y las palabras de la lengua de Ptah, aparecieron todas las artes, fueron creadas todas las profesiones.
La palabra, pues, es el medio del que se vale la divinidad para su creación. Ptah concibe las cosas pensándolas con el corazón, el órgano del intelecto según los egipcios, y pronunciándolas con la boca. El corazón piensa el concepto, la forma; la lengua, al pronunciar estos conceptos, las infunde vida. Y la escritura jeroglífica los hace visibles: los jeroglíficos son mdw ntr, palabra de dios, como llamaron los egipcios a estos signos.
El jeroglífico es, pues, el lenguaje de los dioses. En tanto que expresión escrita original de lo sagrado, los jeroglíficos gozaron de una permanencia y una continuidad extraordinarias. Así lo demuestra, por ejemplo, la perdurable figura del sacerdote lector, encargado de recitar los textos sagrados. La traducción literal del nombre egipcio para este cargo es el que está bajo el rollo, es decir, el portador del rollo de papiro escrito y por lo tanto, el que conoce las palabras sagradas. Encontramos a este sacerdote representado con su rollo en los templos de las pirámides y en las tumbas de funcionarios de Imperio Antiguo, en el III milenio a.C., y seguimos encontrándolo, con los mismos ropajes y atribuciones, en templos de época grecorromana construidos tres mil años más tardes. El ritual sagrado no cambia, como tampoco cambian los textos sagrados, que al ser recitados por la persona adecuada tienen la fuerza mágica de hacer presente lo divino.
LA ESCRITURA INMUTABLE
Como vemos, en el ámbito religioso la transmisión de los textos rituales es asombrosamente fiel. Las copias del estilo son tan fidedignas que bloques con inscripciones jeroglíficas sacados de su contexto son difíciles de datar. Esta capacidad de permanencia se revela también en la piedra de Shabaka, la cual nos cuenta que los textos allí copiados procedían de unos papiros que, por su antigüedad, eran pasto de los gusanos. El lenguaje empleado ha hecho pensar que quizá se trate de una compilación de textos muy tempranos.
Para los monumentos en piedra se conservó siempre el realismo de las figuras originarias de la escritura de los jeroglíficos, que en su primer estado eran ideogramas, es decir, dibujos que expresaban una realidad. Más tarde, estas imágenes adquiriendo valor fonético. Por tanto, los signos jeroglíficos se leían, pero también podían ser apreciados como imágenes. Escrituras y arte se fundían, ya que para los egipcios no había una distinción clara entre escritura y arte figurativo. Con ello, la escritura jeroglíficas permaneció inalterable, pero se alejó de la lengua egipcia común, que evolucionó hacia nuevas formas de expresión y también de escritura.
SIGNOS SECRETOS
Los sacerdotes eran los guardianes de la escritura sagrada. Depositarios del culto divino, ellos eran (sobre todo a partir de la época grecorromana) los únicos capaces de leer y escribir jeroglíficos, unos signos cuyo número se multiplicó durante la Baja Época, sobre todo a partir de la conquista de Egipto por Alejandro Magno. Si el egipcio clásico del Imperio Medio, en el II milenio a.C., constaba de unos 750 signos, en época grecorromana se llegaron a emplear más de 5000. Entonces derivaron hacia una suerte de criptografía, un lenguaje secreto que sólo sus conocedores los sacerdotes podían interpretar.
¿Por qué se produjo esta evolución? Hay que tener en cuenta que con el dominio extranjero de Egipto, en especial a partir de la dinastía de los Ptolomeos (los sucesores de Alejandro Magno en el país del Nilo), se creó una capa social superior que arrinconó y apartó del poder a la antigua élite egipcia, de la que formaban parte los sacerdotes. Este cambio permite entender la complejidad que fueron adquirieron los jeroglíficos: la escritura jeroglífica se convirtió en un saber administrado por los sacerdotes, para quienes el monopolio de las relaciones con la divinidad compensaba la pérdida de poder político.
LAS TRES ESCRITURAS
A partir de la época ptolemaica, los sacerdotes usaron tres sistemas de escritura: el jeroglífico, en las inscripciones pétreas y con fines sagrados; el hierático, en los libros; y el demótico para usos cotidianos. A ellos se sumaba el griego, la lengua de los Ptolomeos, utilizada con fines administrativos. La existencia de varios sistemas de escritura del egipcio era el resultado de los tres mil largos años de pervivencias de este idioma, que conoció varias etapas evolutivas. Dado el carácter tradicional del mundo egipcio, en muchas ocasiones la lengua escrita no reflejaba la lengua hablada, como hemos explicado a propósito de los jeroglíficos, que en su etapa final estaban desvinculados por completo del lenguaje hablado.
Para referirnos a los diferentes sistemas de escritura egipcias seguimos utilizando el nombre que le dieron los griegos. Así sucede con la escritura jeroglífica, la escritura sagrada, que perduró desde los inicios de la lengua egipcia hasta su extinción, y fue la escritura por excelencia de los monumentos, de las inscripciones políticas y religiosas. Más tarde apareció la escritura hierática, o sacerdotal, una cursiva o simplificación de los jeroglíficos desarrollada por las necesidades de la vida cotidiana, básicamente usada para documentos civiles, religiosos y algunas obras literarias. Se escribía sobre papiros, tablas de maderas u ostraca (pieza de cerámica y lasca de piedras), y su desarrollo fue prácticamente paralelo a los jeroglíficos. Con la aparición de la escritura demótica, su empleo decayó y quedó restringido a textos religiosos o sacerdotales, junto con la escritura jeroglífica. En cuanto a la escritura demótica o popular, se podría definir como una cursiva de la escritura hierática. Difundida a partir de la dinastía XXV (siglos VIII-VII a.C.), fue la escritura usada en la vida corriente y pervivió hasta la época romana.
EL OFICIO DE REDACTAR
Existía un grupo social que compartía con los sacerdotes el dominio de la escritura: los escribas, que en su trabajo utilizaban el demótico. El uso de la escritura de Egipto se inició, como muy tarde, en época protohistórica (hacia 3300 a.C.), pero la figura del escriba consagrado a la redacción de texto apareció más adelante, cuando las labores administrativas se hicieron complejas y el cobro de tributos, el almacenamiento de cosechas y la distribución de estos bienes fueron confiados a funcionarios. En tiempos la dinastía V (III milenio a.C.), el archivo de Abusir da cuenta de la existencia de numerosos escribas ordenados en jerarquías.
Los escribas gozaron siempre de gran prestigio. Ellos eran los depositarios del saber y algunos incluso firmaban sus obras, algo que llama la atención en una sociedad donde quienes trabajaban con sus manos eran anónimos. Nos han llegado texto que ensalzan esta profesión, como la llamada Sátira de los oficios, fechada en el Imperio Medio (2040-1786 a.C.). En el texto un padre se dirige a su hijo, ridiculizando una veintena de oficios para resaltar las ventajas de ser escriba: Aplícate a los libros Mira, nada hay mejor que los libros. Voy a hacer que ames los escritos más que a tu madre, voy a presentar sus bondades ante ti.
Unas palabras sobre los beneficios del estudio que no resultar familiares siglos después de haber sido escritas.
Los escribas no estudiaban en escuelas semejantes a las actuales, ya que en el antiguo Egipto no había personas dedicadas exclusivamente a ejercer de profesores. A los aprendices, que iniciaban su educación a partir de los diez años, se les enseñaba a escribir y a calcular en los centros donde se practicaban estas disciplinas: las oficinas de la administración y los escritos de los templos, lugares conocidos como casas de la vida. Allí se aprendía a escribir por medio de textos que debían memorizarse. Quien los recordaba(o los guardaba en el corazón, como decían los egipcios) comprendía las palabras y las frases al tiempo que adquiría las concepciones culturales básicas. Así pues, al aprender a escribir se lograban determinados conocimientos, por lo que en cierto modo aprender a escribir era aprender a vivir.
LOS JEROGLÍFICOS ENMUDECEN
Cuando, en el siglo VI d.C., el emperador Justiniano mandó clausurar el templo de la diosas Isis en la isla de File, desaparecieron los últimos conocedores de la lengua egipcia y, con ellos, las personas capaces de desentrañar la escritura jeroglífica. Los autores griegos y latinos, y más tarde los padres de la Iglesia, creyeron que los jeroglíficos eran alegorías, es decir, representaban ideas y no sonidos. Ya en el siglo V, un autor egipcio llamado Horapolo había escrito un ensayo sobre los jeroglíficos que trataba la interpretación de éstos de manera alegórica y caprichosa. En el siglo XVII, el jesuita Athanasius Kircher, basándose en Horapolo, incurrió de nuevo en este error, y su sistema interpretativo trataba de nuevo los jeroglíficos de manera fantasiosa y simbólica.
Sólo en 1799, tras el hallazgo de la piedra de Rosetta –un decreto ptolemaico en escritura jeroglíficas, demótica y griega-, se comenzó a considerar la posibilidad de que los jeroglíficos fuesen traducible. Fue Jean-François Champollion quien, estudiando el texto de Rosetta, descubrió que la escritura jeroglífica era, a un tiempo, ideográfica y fonética (sus signos representaban imágenes y sonidos); y a él le cupo el mérito de su desciframiento, en 1822.
Habían pasado más de mil años desde que la civilización egipcia enmudeciera, y Egipto volvía a la vida merced a la magia de las palabras divinas. Los faraones habían alcanzado el propósito que perseguían al inscribir sus nombres y gestas en los muros de templos y tumbas: ser recordados por toda la eternidad.

sábado, 29 de agosto de 2009

TEBAS LA CAPITAL DEL IMPERIO EGIPCIO

Cuando los reyes de Tebas expulsaron a los hicsos de Egipto y fundaron el Imperio Nuevo, su ciudad se convirtió en la capital política y espiritual del país. En ella vivían los faraones, el clero de Amón, altos funcionarios y artesanos.

Bajo la moderna Luxor, 600 kilómetros al sur de El Cairo, reposa la ciudad que fue, durante más de 2000 años, el centro religioso del Antiguo Egipto y una de sus más importantes capitales. Situada en el margen oriental del Nilo, en el IV nomo del Alto Egipto, era conocida por los antiguos egipcios con el nombre de Waset, pero ha pasado a la historia con el nombre que le dieron los griegos: Tebas. Ya Homero testimoniaba su esplendor al referirse a ella: “los lingotes preciosos resplandecen con profusión, la Tebas de las cien puertas”.
Tebas se alzó en un lugar estratégico, próximo al territorio nubio y a la vez al desierto oriental, de donde procedían los materiales de las explotaciones mineras y de las rutas comerciales. Pero esta función era secundaria respecto a su preeminencia como centro de culto. La ciudad, en efecto, se integraba en la región de Waset, que se extendía por la orilla occidental del río, el espacio que los egipcios reservaban tradicionalmente al reino de los muertos; cada atardecer el sol se ponía por el oeste para renacer de nuevo al alba por el este, el lugar de los vivos. En los actuales El-Qurna y El-Tarif se alzaron al menos 36 templos, alineados de este a oeste, que a lo largo de varias épocas fueron consagrados al culto faraónico. En la zona se localizan asimismo las necrópolis del Valle de los Reyes, del Valle de las Reinas y del poblado de obreros de Deir el-medina.
Desgraciadamente, nuestro conocimiento de la antigua Tebas se ve limitado por el hecho de que sobre sus restos se asienta la actual ciudad de Luxor. Nada queda apenas, pues, de las estructuras urbanas de la antigua capital egipcia, más allá de los centros monumentales de Luxor y Karnak. Por esta razón es poco lo que podemos saber sobre cómo vivían los auténticos protagonistas de la ciudad, sus antiguos habitantes. Para darles voz debemos acudir a otras fuentes, como las escenas de las tumbas tebanas y la información sobre otras ciudades y enclaves, como Deir el-Medina.
Las evidencias de actividad en Tebas durante el Imperio Antiguo no son claras, aunque es destacable el hallazgo de la parte inferior de la estatua de Niuserre, faraón de la dinastía V. Tebas hace su aparición realmente en la historia de Egipto durante el Primer Período Intermedio, cuando el país quedó fragmentado y regido por dos grupos de poder enfrentados: la casa herakleopolitana en el norte (dinastía IX y X) y la tebana en el sur (dinastía XI). De estos gobernantes tebanos quedan algunos vestigios en la orilla occidental, frente a la ciudad, como el templo de Mentuhotep II.
Centro político y religioso
La inauguración del Imperio Medio supuso para Tebas la pérdida de categoría como centro político, ya que la capital de Egipto se trasladó al norte, a la misteriosa Iti-Tauy, ciudad ubicada en algún punto entre El Fayum y Menfis, de la que aún no se han encontrado vestigios. Frente a esta pérdida de poder político, Tebas encontró compensación en la esfera religiosa. El dios local Amón, que hasta entonces era venerado junto a los otros dos miembros de la tríada divina tebana, su esposa Mut y su hijo Jonsu, fue promovido a divinidad principal del Estado por los soberanos que unificaron el país en el Imperio Medio, oriundos de la ciudad. La importancia de Amón se manifiesta en la adopción del nombre del dios por la mayoría de reyes de la dinastía XII, como Amenemhat. Así, Tebas pasó a convertirse en lugar de culto preeminente en el mundo egipcio. A esta época pertenecen restos de viviendas que parecen indicar que la ciudad tenía una planta en cuadrícula (ortogonal) y estaba provista de una muralla.
En el Segundo Período Intermedio, con la llegada al poder de los hicsos –invasores que se establecieron como soberanos en el área del Delta en el siglo XVII a.C-, la situación de Tebas no está clara. Durante más de medio siglo el país volvió a estar dividido entre los gobernantes hicsos (dinastía XV) y los soberanos nativos del sur, herederos de la dinastía XIII, que huyeron a Tebas donde fundaron las dinastías XVI y XVII. Estos momentos de crisis revelan poca información -tan sólo se han hallado algunos monumentos en la ciudad-, aunque parece ser que los gobernantes tebanos se erigieron en guardianes de la tradición egipcia. Al final del período se constata una expansión de la ciudad más allá de su religión, la Tebaida, de modo que su influencia se extendió hasta el norte de la moderna Asiut.
La expulsión de los hicsos de territorio egipcio por los gobernantes tebanos permitió la reunificación del país bajo una única corona a partir de la dinastía XVIII. Egipto alcanzó entonces uno de los momentos de mayor esplendor, y lo mismo puede decirse de la ciudad de Tebas. Aunque a inicios del Imperio Nuevo la corte y la capital administrativa se trasladaron a Menfis por cuestiones de control territorial, posteriormente a Amarna y, más tarde, a Pi-Ramsés, en el Delta, Tebas recobró la condición de centro espiritual del país que ya había ostentado durante el Imperio Medio. En sus templos se realizaron las fiestas religiosas dedicadas al culto de la monarquía divina, lo que la convirtió en el centro espiritual de Egipto durante este período. De esta época datan los grandes proyectos constructivos en tornos a los templos de Luxor y Karnak, realizados sobre todo durante los reinados de Hatshepsut y Amenhotep III, y posteriormente bajo los ramésidas.
Durante la dinastía XVIII, la ciudad precedente fue arrasada, como sucedió en otros emplazamientos, para llevar a cabo una política de renovación urbanística. El terreno se niveló para crear una plataforma que dominaba visualmente el territorio y que debía servir como base a las nuevas construcciones monumentales. La población se trasladó a una nueva zona residencial, que los estudiosos consideran que actualmente se encuentra sumergida bajo las aguas superficiales del Nilo.
Así, entre la política llevada a cabo a partir de la dinastía XVIII y el crecimiento de la Luxor actual sobre la antigua Tebas, es prácticamente imposible conocer el trazo urbano de la ciudad faraónica. A esto hay que añadir que para construir sus viviendas los egipcios usaban materiales como el adobe y la madera, que no se han conservado, al contrario que la piedra, reservada para templos y construcciones funerarias que debían perdurar toda la eternidad.
Una ciudad monumental
Suponemos que la ciudad de Tebas se fue desarrollando a lo largo de la avenida de unos dos kilómetros de longitud que unía los templos de Karnak, al norte de la ciudad, y de Luxor. Ambos santuarios estaban amurallados y segregados del resto de la ciudad, y tenían a su alrededor otros edificios administrativos, almacenes y viviendas de los estratos acomodados de la sociedad, como funcionarios o sacerdotes de distintos rangos.
Los dos recintos eran protagonistas de una de las festividades más destacadas de la región de Tebas: la fiesta de Opet. Durante su celebración, la ciudad entera salía a ver la procesión que llevaba a Amón, junto a Mut y Jonsu, en sus barcas sagradas desde el templo de Karnak hasta el de Luxor. Allí el dios Amón visitaba a su homólogo en el otro templo, en una ceremonia de renovación de su propio poder y del de los faraones a través de la divinidad.
La ciudad propiamente dicha estaba rodeada por zonas de cultivo y por un recinto amurallado y vigilado. El núcleo urbano debía tener un aspecto abigarrado, con el espacio justo en las calles para la circulación. En él se encontraban los barrios artesanales, con los pequeños talleres de alfareros, carpinteros, escultores, joyeros. En las orillas del Nilo se localizaba el puerto fluvial de la ciudad, donde amarraban barcos cargados con todo tipo de artículos. Además, Tebas poseía un mercado en el que diariamente la población obtenía los productos de consumo tras largas discusiones sobre cuál debía ser el justo intercambio en kites, debens y shats, las unidades de cuenta de los antiguos egipcios.
Los grupos menos privilegiados, que constituían la base de la sociedad, solían vivir en casas que disponían de una única estancia, construidas con abobe cocido al sol. Éste era el caso de los campesinos –que en la mayoría de las ocasiones vivían alejados de los campos de cultivo-, de los pescadores o de los artesanos menos cualificaos.
Como ciudad sagrada. Tebas contaba entre su población con un gran número de sacerdotes. Los miembros del bajo clero, cuando no estaban al servicio de la divinidad vivían fuera de los templos, con sus familias, en viviendas más o menos acomodadas de acuerdo con su rango sacerdotal. En cambio, durante la época de servicio al dios habitaban las casas reservadas a tal efecto, como muestran los restos hallados en Karnak, al sur del lago del templo y alrededores del santuario.
Lo mismo ocurría con los funcionarios de la administración, divididos jerárquicamente en función de su cargo y vinculados al servicio del palacio o del harén real, al visir, a la administración de justicia o al tesoro. En su mayoría, como el bajo clero, habitaban en los barrios más modestos de la ciudad. Sus viviendas eran pequeñas; contaban con un patio y una azotea, mientras que en su interior había un salón principal y en su parte posterior un dormitorio y una cocina. Por su parte, la nobleza, el alto clero y los funcionarios más importantes vivían en el sector más acomodado de Tebas, y sobre todo en sus afueras, donde se alzaban auténticas mansiones en fincas que podían alcanzar una hectárea de extensión. Se trataba de recintos amurallados, con un edificio principal que poseía múltiples estancias dispuestas en torno a un patio columnado. A su alrededor se levantaban edificios secundarios enmarcados por espectaculares zonas ajardinadas, con un gran estanque que permitía incluso la navegación.
Declive y destrucción
En el antiguo Egipto, las residencias reales solían situarse en las afueras del núcleo urbano, aunque no demasiado lejos. Sin embargo, Amenhotep III erigió su nueva residencia, el palacio de Malkata, en la orilla occidental de Tebas, la zona reservada al mundo funerario. La explicación más probable para este singular emplazamiento es que el faraón intentaba alejar su gobierno del creciente poder que entonces ostentaban los sacerdotes del dios Amón. Los restos del edificio, que por su tamaño formaban una auténtica ciudad, muestran zonas ajardinadas, las estancias personales del rey (de las que se conservan decoraciones geométricas y de divinidades). El harén real, los salones de audiencias y la sala del trono. A su alrededor había talleres y oficinas administrativas e incluso un templo dedicado a Amón.
A partir de la dinastía XIX, la ciudad de Tebas fue perdiendo relevancia. Durante la dinastía XXI, la capital se trasladó al Delta y los faraones dejaron de enterrarse en la necrópolis tebana. A principios del siglo VII a.C., la ciudad fue objeto de varias expediciones de saqueo por parte de los reyes asirios, entre las que fue especialmente destructiva la de Asarhadón; Tebas no se recuperaría ya de este golpe. De su antigua magnificencia resistieron, eso sí, como testimonio importante los templos de Luxor y Karnak, que siguen recordando la época en que Tebas fue la capital política y espiritual del Egipto de los faraones.

lunes, 24 de agosto de 2009

La representación de las mujeres en las Tumbas Tebanas del Reino Nuevo

Al Oeste de Tebas, en la tierra desértica más allá de los cultivos, una elite de dignatarios del Reino Nuevo construyó sus moradas de eternidad. Cerca de 500 tumbas están hoy catalogadas, agrupadas en varias necrópolis situadas entre Medinet Habu por el Sur y el templo funerario de Sethy I por el Norte: Qurnet Murai, Deir el-Medina, Sheik abdel Qurna, Hoha, Asasif, Deir el-Bahari y Dra abu el Naga.
No son estas tumbas enterramientos en el sentido que hoy le damos al término. La tumba egipcia es más que un simple lugar donde se deposita el cuerpo, es un espacio para la permanencia eterna y un lugar donde el difunto hace una exposición de sus logros profesionales, de sus virtudes y de su estatus. Su decoración no es arbitraria, sino que responde al doble objetivo de una tumba egipcia: el renacimiento y el testimonio de las virtudes del difunto
La tumba de Sennefer puede ser un buen ejemplo de las intenciones de la decoración. En los muros y pilares aparece el dueño de la tumba. Las inscripciones le dan voz: “El noble, príncipe, gran confidente del señor de las Dos Tierras, intendente del jardín de Amón, Alcalde de la Ciudad del Sur, Sennefer, justificado”, es decir, deja constancia de su privilegiada situación social para la eternidad. En el arte egipcio hay una estrecha relación entre las figuras y la escritura jeroglífica que las acompaña, ambos elementos se funden armoniosamente en un solo canal de comunicación.
Una figura femenina acompaña a Sennefer en casi todas las escenas: “Su hermana, su amada, la cantora de Amón, la señora de la casa Meryt, justificada. Es su esposa, snt.f, su hermana, término que se utiliza desde la Dinastía XVIII para designar a la cónyuge. Meryt aparece también con sus títulos, pero no es la dueña, es la hermana, la amada del difunto. Ninguna mujer por si sola posee un espacio propio para la eternidad. La tumba pertenece al esposo, aunque es enterrada con él en la cámara sepulcral, tiene ajuar funerario y aparece en la decoración de la capilla. Su papel es acompañar al dignatario dueño de la tumba. Esto no significa que la mujer egipcia no tuviera derechos, muy al contrario, gozaba de una situación social y jurídica mucho mejor que cualquier otra mujer del mundo antiguo e incluso de épocas recientes. Pero no ejercía el poder político, como la inmensa mayoría de la población, y era precisamente ese poder el que otorgaba el privilegio de la propiedad de una tumba.
En las capillas de los hipogeos tebanos la mujer aparece con nombre y títulos cuando es familiar del difunto. A veces es difícil saber el grado del vínculo familiar, pues las palabras egipcias para designar estas relaciones son escasas: esposo/a, padre/madre, hijo/a y hermano/a. Si es la esposa, aparece siempre con el título de nbt pr, señora de la casa, que indica su condición de (mujer) casada.
Pero también aparecen en las tumbas mujeres anónimas cuyo papel es formar parte de las escenas genéricas. Veamos ahora como se representa a estas mujeres, con nombre o sin él, en las tumbas de las necrópolis tebanas durante el Reino Nuevo.
Con el objetivo de facilitar el canon, es decir, la proporción de cada una de las partes del cuerpo humano, los artistas egipcios trazaban una cuadricula en rojo sobre el enjalbegado del muro de la tumba que iba a ser decorada. Durante la mayor parte del periodo faraónico, la figura humana, tanto femenina como masculina, tenía 14 cuadriculas cuando estaban sentadas, contando desde la planta del pie hasta el nacimiento del pelo. Sólo se contaba hasta el nacimiento del pelo para permitir colocar sobre la cabeza todo tipo de aditamento (corona, peluca), sin que ello afectase al canon.
Las figuras arrodilladas, postura en la que frecuentemente aparecen las mujeres, podían tener 10 u 11 cuadrículas y las representadas de pie tenían 18 cuadriculas, que pasaron a ser 20 a fines de la Dinastía XVIII.
El canon es distinto para los cuerpos masculino y femenino, siendo las diferencias más significativas las siguientes:
1) La zona lumbar femenina es más alta.
2) La mujer es más estrecha de hombros y cintura. Los hombros masculinos tienen 6 cuadros y los femeninos 5. La cintura del hombre tiene 2,5 cuadros y la de la mujer 1,5.
Además del tamaño, hay diferencias en cuanto al color de piel. El color masculino es el rojo y el femenino el amarillo o el rosa. Las razones de esta disparidad están, seguramente, en los diferentes roles que hombre y mujer ejercían. El trabajo masculino se desarrollaba en el exterior (guerra, inspecciones, deportes), mientras que el femenino se realizaba en el hogar.
Esta convención relativa al color se encuentra ya en el Reino Antiguo, como puede apreciarse en la mastaba de Meresanj III, de la IV Dinastía en Giza o en la de Mereruka en Saqqara, de la VI.
La convención canónica más representativa del arte egipcio es la que regula la llamada ley de la frontalidad. El objetivo del artista era lograr una imagen humana integral, y, para ello, asocia los elementos que corresponden a muchos puntos de observación. Es como si el creador pudiera contemplar a su modelo al mismo tiempo de cara, de perfil y de tres cuartos. Así logra representar lo más característico del cuerpo humano desde la perspectiva más favorable, por eso, el pecho femenino, su elemento corporal más distintivo, se pinta de perfil con el tronco de frente.
Pero la ley de la frontalidad o perspectiva aspéctica se rompe frecuentemente en las tumbas tebanas, especialmente en las de la Dinastía XVIII. Ahora bien, esas rupturas sólo se dan con personajes genéricos, nunca con los que tienen nombre. En la famosa escena del banquete de la tumba de Nebamun que se encuentra en el Museo Británico, en el registro inferior están representadas las mujeres que amenizaban los banquetes. Las dos muchachas del centro, una que toca la flauta doble y otra que acompaña con palmas, están de frente. Es curioso el tratamiento de la perspectiva en los pendientes, que también están de frente, del mismo modo que se representarían estando el rostro de perfil. Estas dos figuras introducen en la escena un elemento de ruptura, no sólo de la perspectiva tradicional, sino también en la composición de la escena: tras las dos figuras de perfil a la izquierda, quietas, están las dos de frente enfatizando el movimiento con la disposición irregular de los mechones de las pelucas, que sugieren un movimiento de cabeza. Este ligero movimiento continúa y se hace casi agresivo en las dos bailarinas desnudas. La de la izquierda rompe también la perspectiva aspéctica, pues está de perfil completo. Estas dos muchachas son un magnifico ejemplo del sentido rítmico de la composición de los artistas egipcios de la segunda mitad de la Dinastía XVIII.
Una figura femenina acompaña a Sennefer en casi todas las escenas: “Su hermana, su amada, la cantora de Amón, la señora de la casa Meryt, justificada. Es su esposa, snt.f, su hermana, término que se utiliza desde la Dinastía XVIII para designar a la cónyuge. Meryt aparece también con sus títulos, pero no es la dueña, es la hermana, la amada del difunto. Ninguna mujer por si sola posee un espacio propio para la eternidad. La tumba pertenece al esposo, aunque es enterrada con él en la cámara sepulcral, tiene ajuar funerario y aparece en la decoración de la capilla. Su papel es acompañar al dignatario dueño de la tumba. Esto no significa que la mujer egipcia no tuviera derechos, muy al contrario, gozaba de una situación social y jurídica mucho mejor que cualquier otra mujer del mundo antiguo e incluso de épocas recientes. Pero no ejercía el poder político, como la inmensa mayoría de la población, y era precisamente ese poder el que otorgaba el privilegio de la propiedad de una tumba.
En las capillas de los hipogeos tebanos la mujer aparece con nombre y títulos cuando es familiar del difunto. A veces es difícil saber el grado del vínculo familiar, pues las palabras egipcias para designar estas relaciones son escasas: esposo/a, padre/madre, hijo/a y hermano/a. Si es la esposa, aparece siempre con el título de nbt pr, señora de la casa, que indica su condición de (mujer) casada.
Pero también aparecen en las tumbas mujeres anónimas cuyo papel es formar parte de las escenas genéricas. Veamos ahora como se representa a estas mujeres, con nombre o sin él, en las tumbas de las necrópolis tebanas durante el Reino Nuevo.
Con el objetivo de facilitar el canon, es decir, la proporción de cada una de las partes del cuerpo humano, los artistas egipcios trazaban una cuadricula en rojo sobre el enjalbegado del muro de la tumba que iba a ser decorada. Durante la mayor parte del periodo faraónico, la figura humana, tanto femenina como masculina, tenía 14 cuadriculas cuando estaban sentadas, contando desde la planta del pie hasta el nacimiento del pelo. Sólo se contaba hasta el nacimiento del pelo para permitir colocar sobre la cabeza todo tipo de aditamento (corona, peluca), sin que ello afectase al canon.
Las figuras arrodilladas, postura en la que frecuentemente aparecen las mujeres, podían tener 10 u 11 cuadrículas y las representadas de pie tenían 18 cuadriculas, que pasaron a ser 20 a fines de la Dinastía XVIII.
El canon es distinto para los cuerpos masculino y femenino, siendo las diferencias más significativas las siguientes:
1) La zona lumbar femenina es más alta.
2) La mujer es más estrecha de hombros y cintura. Los hombros masculinos tienen 6 cuadros y los femeninos 5. La cintura del hombre tiene 2,5 cuadros y la de la mujer 1,5.
Además del tamaño, hay diferencias en cuanto al color de piel. El color masculino es el rojo y el femenino el amarillo o el rosa. Las razones de esta disparidad están, seguramente, en los diferentes roles que hombre y mujer ejercían. El trabajo masculino se desarrollaba en el exterior (guerra, inspecciones, deportes), mientras que el femenino se realizaba en el hogar.
Esta convención relativa al color se encuentra ya en el Reino Antiguo, como puede apreciarse en la mastaba de Meresanj III, de la IV Dinastía en Giza o en la de Mereruka en Saqqara, de la VI.
La convención canónica más representativa del arte egipcio es la que regula la llamada ley de la frontalidad. El objetivo del artista era lograr una imagen humana integral, y, para ello, asocia los elementos que corresponden a muchos puntos de observación. Es como si el creador pudiera contemplar a su modelo al mismo tiempo de cara, de perfil y de tres cuartos. Así logra representar lo más característico del cuerpo humano desde la perspectiva más favorable, por eso, el pecho femenino, su elemento corporal más distintivo, se pinta de perfil con el tronco de frente.
Pero la ley de la frontalidad o perspectiva aspéctica se rompe frecuentemente en las tumbas tebanas, especialmente en las de la Dinastía XVIII. Ahora bien, esas rupturas sólo se dan con personajes genéricos, nunca con los que tienen nombre. En la famosa escena del banquete de la tumba de Nebamun que se encuentra en el Museo Británico, en el registro inferior están representadas las mujeres que amenizaban los banquetes. Las dos muchachas del centro, una que toca la flauta doble y otra que acompaña con palmas, están de frente. Es curioso el tratamiento de la perspectiva en los pendientes, que también están de frente, del mismo modo que se representarían estando el rostro de perfil. Estas dos figuras introducen en la escena un elemento de ruptura, no sólo de la perspectiva tradicional, sino también en la composición de la escena: tras las dos figuras de perfil a la izquierda, quietas, están las dos de frente enfatizando el movimiento con la disposición irregular de los mechones de las pelucas, que sugieren un movimiento de cabeza. Este ligero movimiento continúa y se hace casi agresivo en las dos bailarinas desnudas. La de la izquierda rompe también la perspectiva aspéctica, pues está de perfil completo. Estas dos muchachas son un magnifico ejemplo del sentido rítmico de la composición de los artistas egipcios de la segunda mitad de la Dinastía XVIII.
Los desnudos femeninos entre determinados oficios como bailarinas, músicos, criadas, son bastante corrientes en la Dinastía XVIII. Sin embargo, apenas se dan los masculinos. Alguna de las figuras genéricas de hombres desnudos de la tumba de Amenemhat son la excepción, estando inspirados en modelos del Reino Antiguo.
Volviendo a las rupturas con la perspectiva egipcia tradicional, no podemos olvidar la no menos famosa sirvienta del banquete de la tumba de Rejmire . Este es un caso singular en la pintura egipcia. Figuras de frente son relativamente corrientes, pero la que nos ocupa es la única representación de espaldas con la cabeza vuelta. El atrevimiento del artista de Rejmire tiene un fallo en los pies, cuya colocación no se corresponde con la de la figura. En el mismo registro donde está la muchacha de espaldas y en el que se encuentra por encima, podemos encontrar otros casos de ruptura de la perspectiva: las muchachas de perfil que ponen los collares a las damas a su lado y arriba a la izquierda las que ofrecen ungüentos.
Los artistas de Deir el-Medina que decoraban las tumbas ensayaban estos atrevimientos en los ostraca, como puede comprobarse en algunos de los encontrados en el poblado.
Al igual que en la inmensa mayoría de las masculinas, en las figuras femeninas la deformidad o la vejez no existen, siendo representada la mujer de manera idealizada. En la tumba de Userhat , un sacerdote del reinado de Sethy I, se representa juntas a la esposa y a la madre del difunto, y es imposible distinguirlas pues ambas son jóvenes. Cuando necesitan representar la ancianidad, la edad de los venerables, pintan el pelo blanco, recurso muy usado en las tumbas de Deir el-Medina durante la Dinastía XIX.
Cuerpos femeninos deformados por la edad, el peso o cualquier otra circunstancia, se encuentran en las representaciones de mujeres extranjeras. En la escena de entrega de tributos nubios de la tumba de Amenhotep llamado Huy , Virrey de Kush durante el reinado de Tutankamon, aparecen dos mujeres, una sirvienta y una princesa. La mujer nubia del cortejo aparece gruesa, con el pecho colgando mientras que la princesa, que es conducida ente el rey en una curiosa carreta de bueyes, es joven y bien proporcionada. Parece entonces que las deformidades van ligadas no sólo al hecho de que sean extranjeras, sino a que sean extranjeras de clases inferiores. Las princesas no tienen deformidades, sean del país que sean.
La mujer egipcia aparece siempre joven, delgada, bien proporcionada, tanto si es una mujer de la clase alta como si no tiene nombre ni titulo, como las muchachas que forman parte de los cortejos de ofrendas. Su apariencia responde al tipo ideal, es decir, la imagen de lo que constituía para los egipcios la forma correcta del cuerpo femenino. El tipo ideal es una de las peculiaridades del arte egipcio, de ahí la necesidad de un canon, del equilibrio de las diferentes partes del cuerpo, para lo que, como ya hemos visto, se utilizaba la cuadricula.
Las necrópolis tebanas tienen tumbas del Reino Medio, del Nuevo y de época tardía, pero la mayoría son de las Dinastías XVIII y XIX. Más de la mitad de las tumbas del Reino Nuevo, pertenecen a la Dinastía XVIII, pasando de 200. Algunas menos son de la Dinastía XIX. La mayor parte de las tumbas de la Dinastía XVIII tienen en común la representación de lo que se ha venido en llamar "escenas de la vida cotidiana", como aquellas en las que los campesinos recogen la cosecha.
Con la Dinastía XIX, las escenas de vida cotidiana desaparecen para dar lugar a otras de carácter explícitamente religioso: la psicostasía o pesaje del corazón del difunto, la procesión funeraria o el Amduat. A su lado, las escenas de la XVIII parecen frívolas.
Pero lo que es común a las tumbas de las dos dinastías es la presencia junto al dueño de la tumba de la nbt pr, la esposa o señora de la casa que acompaña al esposo en sus funciones sentada en una silla a la misma altura que el hombre. Le coge por el hombro o la cintura. No está en un lugar secundario, aunque parezca que está detrás, está junto al marido en un mismo plano, pero la perspectiva egipcia los representa así. La prueba es que en los grupos escultóricos de parejas del Reino Nuevo, los dos cónyuges están situados juntos a la misma altura.
Las tumbas tebanas son la principal fuente de información sobre el papel de la mujer de alta posición durante el Reino Nuevo. No obstante, los enterramientos de la Dinastía XIX poco nos dicen de las mujeres de alto rango, pues sólo 40 de las cerca de 200 de esta dinastía son de dirigentes locales, pero no de altos dignatarios de la corte, a excepción de la de Neferrenpet (TT 178). La razón es que, desde el reinado de Tutankamon, los nobles cortesanos se entierran en la necrópolis de Menfis, Saqqara.
A lo largo de la Dinastía XVIII se aprecia como el papel de la mujer es cada vez más activo. A principios de esta dinastía, la esposa apenas aparece acompañando al dueño de la tumba en escenas rituales. Es a partir del reinado de Thutmose III cuando la mujer empieza a acompañar al señor en este tipo de escenas, así podemos apreciarlo en la tumba de Menna , del reinado de Thutmose IV, en la que la esposa acompaña al dueño de la tumba en una escena de adoración a Osiris.
En la Dinastía XIX la presencia de la consorte es normal en las escenas de carácter religioso que, por otra parte, son la mayoría. En la tumba de Senedjem en Deir el-Medina, del reinado de Sethy I, aparece la pareja rindiendo homenaje a los dioses subterráneos.
Pero la vida íntima de las mujeres no se representa, nunca vemos mujeres de clase alta cuidando de sus propios hijos. En la Dinastía XVIII, sin embargo, encontramos un reducido número de mujeres de la clase dirigente representadas con niños reales, llevan el titulo de mn’t nsw, Nodriza Real. La más conocida representación de una mn´t nsw es la madre de Kenamon , Amenemopet, que sostiene en sus rodillas al rey niño Amenhotep II tocado con la corona azul. A pesar del formalismo de la escena, se establece entre los dos personajes una relación de afecto que se expresa en la mirada y en el brazo de ella sujetando al rey niño por la nuca. La posición social de estas mujeres alcanzaba a toda la familia, proporcionando brillantes carreras a hijos y esposos. Su categoría era tal que en dos casos se las enterró en el Valle de los Reyes; una es Sitre, la nodriza de Hatshepsut, y la otra es Senetnay, la primera esposa de Sennefer, también nodriza de Amenhotep II.
Mención especial como mujer de relevancia social merece Merytre, esposa de Neferhotep , del reinado de Ay. En un dibujo de la publicación de Davies sobre esta tumba, aparece recibiendo un regalo de una reina desconocida en el harén. Hay que advertir que la reina es una reconstrucción de Davies a partir de unos escasos vestigios de pintura. La influencia de Amarna en la iconografía es notable en toda la escena. En otra escena, su esposo le entrega un ramo delante del Tercer Pilono de Karnak. Aquí hay que resaltar no sólo la importancia social de la esposa, sino también el lugar: el templo de Amón. Neferhotep era escriba jefe del dios tebano y recordemos que esta tumba es del reinado de Ay, y que, en esos momentos, hay que resaltar la adhesión a Amón, como reacción frente a la herejía amárnica.
Salvo en la familia real, el matrimonio en el Antiguo Egipto era monógamo, aunque la poligamia debía estar permitida. En algunas tumbas, como la de Sennefer, aparece más de una esposa, Meryt en la capilla inferior y las otras dos en la superior, pero no es posible averiguar si estuvieron casados con ellas al mismo tiempo o de forma sucesiva tras enviudar. El divorcio existía, pero se supone que las esposas de las que se divorciaron no aparecen en las representaciones.
Las madres, cuando se las representa, ocupan un lugar privilegiado. Como ya vimos, sus efigies son jóvenes y esbeltas. En algunos casos, como en la tumba de Djehuty de la Dinastía XVIII, sólo aparece con la madre (llamada también Djehut) en la misma postura que aparecen con la esposa. El hecho de que se represente con cierta frecuencia a la madre del difunto no parece que tenga que ver con una posible estructura matriarcal de la sociedad egipcia como algunos autores han pretendido. Son más plausibles estas explicaciones: o bien el difunto no tiene esposa y su madre comparte la tumba, o la madre ocupa un lugar importante en la corte, como el que hemos visto antes de nodriza real.
Se representa a las madres, pero no la maternidad, sin embargo, sí lo hicieron en otras épocas de la creación artística egipcia, así en la mastaba de Anjmajor, de la V Dinastía en Saqqara se representa una escena de parto. Los artesanos de Deir el-Medina, no obstante, trataron en los ostraca este tema. Hay varios ejemplos que nos ilustran sobre ciertos aspectos de la maternidad en el Reino Nuevo, en uno de ellos que se encuentra en el Museo del Louvre, una mujer amamanta a su hijo bajo un árbol, está desnuda pero lleva joyas y el peinado es especial, unos largos mechones recogidos en la parte alta de la cabeza. Tanto las joyas como el peinado parecen estar relacionados con el amamantamiento del hijo. En otro ostracon del Museo Británico, una mujer que también alimenta a un niño, lleva el mismo peinado. Una muchacha le ofrece a la madre un espejo y kohl para los ojos, lo que se ha relacionado con un rito de purificación. Parece que el parto se producía fuera de la casa en una estructura especial al aire libre, protegida por un árbol, al que en algunos textos se denomina árbol del nacimiento. En otro ostracon, una mujer de clase alta lujosamente vestida, permanece sentada con su hijo varón en una cama con patas en forma del dios Bes, protector de la maternidad. Un tercer ejemplo es un ostracon con una escena que parece una ceremonia que marcaba el final del periodo de aislamiento de la madre y el niño tras el parto. Ella se sienta en la cama y también va ataviada como correspondía a las clases más poderosas, mientras unas muchachas le ofrecen flores. Un enano ejecuta una danza de protección.
Las representaciones de hijas del difunto son muy frecuentes. Al igual que sucedía con la esposa, su papel se va haciendo más activo a medida que nos adentramos en la Dinastía XVIII. Seguramente, la representación en la que las hijas tienen un papel más activo es la de caza en el pantano, muy frecuente en las tumbas de la Dinastía XVIII. Esta escena es la que mejor ejemplifica la intención más significativa del arte egipcio: unir la búsqueda de la belleza con la preparación para la vida eterna, pero es también una magnifica muestra del sentido de la armonía, del equilibrio y de la simetría de las realizaciones artísticas egipcias, respondiendo, además, a esa utilización de escenas de la vida cotidiana con fines religiosos, especialmente el de asegurar el renacimiento del difunto.
Un buen modelo de caza en el pantano es la escena representada en la tumba de Najt . Su esquema es simétrico, no como un reflejo de espejo, sino como un estudiado equilibrio de los volúmenes de ambos lados. Es tradicional en el arte egipcio el uso de escenas simétricas, como sucede en las representaciones simbólicas de la unión de las Dos Tierras, shema tawy, o las del Festival Sed. Esta de Najt se articula en torno a un eje central: arriba las aves y los insectos se mezclan en desorden, abajo, dos peces, tilapia nilotica. Cuando la representación está terminada, como sucede en la tumba de Menna, los peces están atravesados por un arpón. A ambos lados, sobre dos diminutos barcos de papiro, Najt, en actitud majestuosa y postura casi idéntica, lanza el bumerán a la izquierda y el arpón, sin terminar, a la derecha. Le acompañan los miembros de su familia, especialmente los femeninos y, sobre todo, las hijas. Estas mujeres van ricamente vestidas, sujetan a Najt por la cintura o la pierna, mientras permanecen estables en la barquilla.
La caza en el pantano parte de un hecho de la vida cotidiana de la clase alta, pero tal y como se representa en las tumbas tebanas no responde a la realidad. Debemos leerla correctamente analizando especialmente los aspectos simbólicos. Siguiendo con la escena de Najt, consideremos en primer lugar los peces, la tilapia nilotica. Este es un animal que se traga sus crías cuando hay peligro y las devuelve cuando este desaparece, lo que le convierte en un claro símbolo de renacimiento. En segundo lugar hay que analizar las figuras femeninas, la esposa y las hijas, en cuya representación el artista parece haberse complacido. Ellas ofrecen el contrapunto pacífico a la violencia de la escena y son, precisamente por la feminidad, un símbolo de renovación de la vida, de nacimiento. Una de las hijas lleva un pato, las dos que sujetan la pierna portan flores, un loto abierto y otro cerrado. El loto es la flor de Egipto, su representación es sinónimo de vida y un símbolo de renacimiento, el mismo sol nace de él. Esta es, así, una escena ritual que gira en torno a la idea del renacimiento, de la renovación de la vida, en la que las figuras femeninas tienen un papel decisivo.
Aunque sólo se conserva la mitad, la escena de caza en los pantanos de la tumba de Nebamun en el Museo Británico, es de una calidad excepcional, especialmente por el uso del color. La esposa está, además, más lujosamente vestida. Los tres personajes llevan flores de loto.
No obstante su carácter simbólico, esta representación sale de la vida real. Cazar en los pantanos debía ser una de las distracciones favoritas de la clase alta, como también debía serlo la celebración de fiestas, incorporadas a la mayor parte de las tumbas tebanas de la Dinastía XVIII. Tradicionalmente se denomina de banquete este tipo de escenas, pero nadie come, sólo se sirven bebidas y los invitados se ofrecen productos entre sí. Son banquetes funerarios en honor del difunto y, como se verá más adelante, están llenas de alusiones al renacimiento.
Son muchas las imágenes femeninas que aparecen en estas celebraciones. Unas tienen nombre, pero en la mayoría de los casos son figuras anónimas. En la escena de banquete de la tumba de Djeserkaraseneb , las criadas acicalan a una señora. La figura de la sirvienta es un cúmulo de imperfecciones técnicas: sólo tiene un brazo, las piernas son muy largas frente a un tronco y cabeza muy reducidos, está de perfil completo y el artista no debió saber solucionar la colocación del brazo izquierdo. Es mucho más hábil cuando se atiene a las convenciones canónicas, como puede apreciarse en la otra muchacha que sostiene el collar de flores y, especialmente, en la dama, muy grande sobre la diminuta silla. A pesar de las imperfecciones, la escena resulta encantadora y muy ilustrativa del cuidado personal femenino en el Antiguo Egipto.
Las escenas más corrientes de banquete son aquellas en las que, como la tumba de Najt, dos invitadas se ofrecen un fruto o una flor, en este caso una mandrágora, planta que llegó a Egipto en el Reino Nuevo. Se cultiva salvaje en climas templados y su fruto es venenoso, lo que no impide que siempre se la encuentre asociada con el misticismo y la magia. En el caso concreto de las escenas de banquete, parece tener un significado erótico por ser afrodisíaca. En el festín de Najt, el artista ha roto la monotonía tradicional de una figura tras otra poniendo en comunicación estas dos figuras y dotándola de naturalismo.
Ramose era visir del Sur de Amenhotep III y su alto cargo le otorgó el privilegio de una tumba de gran tamaño en la que trabajaron los mejores artistas de los talleres reales. La gran calidad de la caliza del lugar en el que se construyó la tumba permitió la realización de relieves que no llegaron a ser pintados, sólo los bordes de los ojos.
Pero la que se representa en la tumba de Ramose no es exactamente una escena de banquete como las de otras tumbas. En primer lugar, sólo hay dos personajes que no están identificados, todos los demás aparecen con nombre, títulos y, en algunos casos, relación familiar con Ramose. Todos son m33 hrw, justificados, es decir, fallecidos. Tampoco hay escenas de diversiones, como la música, ni criadas que sirvan. Por todos estos detalles, esta escena debería ser considerada más como de recepción de ofrendas que como banquete funerario tradicional. La escena ocupa todo un muro y está formada por grupos de parejas de hombre y mujer, salvo una en que los dos componentes son hombres. Entre todas las parejas hay que destacar la que forman Amenhotep y su esposa May. Amenhotep, hermano de Ramose, era Mayordomo Real en Menfis y May era cantora de Amón. Estos son los textos que acompañan a cada figura: “El príncipe, noble, confidente del Buen Dios, supervisor de los artesanos del Rey, el Gran Mayordomo del Rey en el Muro Blanco, escriba real, su amado, Amenhotep, justificado. Su esposa, su amada, la cantora de Amón, (Adorno Real), Señora de la casa, May, justificada, honorable dama.
May era Hkrt-nsw, titulo que se encuentra traducido muchas veces como Concubina Real, pero no es esta una traducción correcta, puesto que Hkr significa Adorno. El titulo se refiere a un grupo de mujeres adscritas al Hnr, institución dedicada a la adoración musical de los dioses y que algunos autores relacionan con el culto a Hathor. Siempre va ligado a mujeres del más alto rango.
May, y el resto de las mujeres de esta escena, representan el más puro ideal de belleza femenina, muy academicista, es cierto, pero de una calidad técnica en el modelado difícilmente superable, así como una sobria elegancia en las proporciones.
Más de una cuarta parte de las escenas de banquete incluyen músicos de ambos sexos y bailarinas. En la tumba de Rejmire, las mujeres tocan diferentes tipos de instrumentos: arpa, laúd, tambor rectangular de bordes cóncavos. Las figuras aparecen en fila mirando todas al mismo lado. El texto que aparece junto a las tañedoras es una canción que se refiere a Maat a la izquierda y a Amón en el centro. De la misma época que Rejmire es la tumba de Amenemhab, llamado Mahu. Las mujeres músicos de la escena de banquete llevan los mismos trajes ajustados y los instrumentos son arpa, flauta y lira. De nuevo están en fila y miran al mismo lado. Las tumbas tebanas ofrecen una magnífica información para seguir la evolución de los instrumentos musicales en el Antiguo Egipto.
Durante el reinado de Thutmose IV se introduce el desnudo en las bailarinas de las escenas de los hipogeos tebanos. En las de la tumba de Najt llama la atención el color rojo de los cuerpos femeninos, lo que no es una ruptura de la convención, sino que se debe al oscurecimiento de un barniz incoloro que se aplicó al terminar la pintura. Tocan doble flauta, laúd y arpa. La muchacha desnuda del centro baila con una estudiada postura de piernas y el giro del cuerpo. Es también durante el reinado de Thutmose IV cuando se introducen en las escenas figuras con movimiento que rompen la alineación perfecta. Su función compositiva es la de un contrapposto que da unidad a la composición. Según muchos autores, el contrapposto es una aportación griega al desprenderse de la ley de la frontalidad, sin embargo, lo encontramos ya en el Reino Nuevo en Egipto. En esta escena de Najt, de nuevo se produce una ruptura de la convención: el pecho izquierdo de la bailarina está representado de frente y no de perfil.
Las músicos y bailarinas desnudas llevaban tatuajes, como puede apreciarse en la música representada en un plato de fayenza que está en el Museo de Leiden y que lleva un tatuaje del dios Bes en la pierna.
Además de bailarinas, músicos y sirvientas, las mujeres desempeñaban muchos otros oficios. Evidentemente, la mayoría trabajaban en la agricultura, principal recurso del país. Las tumbas tebanas de la Dinastía XVIII incluyen casi siempre en su decoración escenas de cosechas, pero la presencia femenina en ellas es casi anecdótica. En la tumba de Menna aparecen dos niñas pegándose, llevan trajes largos con mangas. A su izquierda hay una muchacha vestida sólo con una falda y el pelo recogido con un pañuelo, que parece descansar de su tarea, ¿cual era esa tarea?. Un fragmento de la cosecha de la tumba de Jaemhat nos lo explica. Dos jóvenes con la misma falda y pelo recogido, se agachan para recoger el grano en cestitos. Lo mismo podemos ver en la tumba de Najt, en la que, además, hay a la izquierda otras dos muchachas con trajes largos con mangas una y tirante otra, que recogen lino. En ningún caso, las mujeres utilizan instrumentos cortantes: recogen grano del suelo, o cortan lino con las manos. No sabemos la razón de esto, quizá sea un tabú ligado a lo femenino, porque no es creíble que las mujeres no usasen instrumentos cortantes, de hecho, aparecen con hoces en papiros de épocas posteriores.
En cualquier caso, lo que se representa en estas escenas de las tumbas tebanas son las grandes posesiones, del templo, del rey o del dignatario, y las mujeres no debían trabajar en las grandes propiedades en faenas agrícolas. No puede, sin embargo, deducirse que las mujeres no trabajaban la tierra, es seguro que lo hacían habitualmente en las pequeñas parcelas y huertos. Sí aparecen en otras funciones en el trabajo en la agricultura: llevar comida a los hombres, como puede ser el caso de la figura de una madre de la escena de cosecha de Menna .
Tampoco hay mujeres en las escenas de vendimia. La única excepción no está en Tebas, sino en la cercana necrópolis de El- Kab, y es la tumba de Paheri, de principios de la Dinastía XVIII.
Es también difícil encontrar mujeres en otros oficios, como el de lavandera de grandes instituciones. Este era un trabajo de hombres, sólo en un pequeño fragmento de una tumba desconocida que está en Turín, aparece una mujer en estas tareas, aunque también puede tratarse de un taller de teñido de tejido, oficio en el que si intervenían activamente las mujeres. El que no trabajasen en las grandes lavanderías, no implica que a determinadas horas, las orillas del Nilo, como hoy sucede, se vieran llenas de mujeres realizando la colada familiar.
Ipuy era un escultor de Deir el-Medina durante el reinado de Ramsés II. Aunque su tumba es de la Dinastía XIX, parece de la XVIII por la gran cantidad de escenas de la vida cotidiana que contiene. Es, por esta razón, una magnífica fuente de información sobre muchos aspectos de la vida egipcia. Valga como ejemplo una escena de mercado que representa unos barcos de los que bajan los tripulantes para comerciar en el poblado. Las que están sentadas en sus puestos, como hoy en muchos mercados populares del mundo, son mujeres. Unos hombres bajan del barco llevan sacos de grano y los cambian a las mujeres por hogazas de pan, pescado y hortalizas y, seguramente, también el vino de las jarras.
El testimonio de esta escena es doble, en primer lugar nos informa del sistema de trueque ya que en Egipto no había moneda y los productos tenían un valor en deben, intercambiándose por otros artículos con el mismo valor. En este caso, las hogazas, hortalizas, peces y vino debían equivaler a una determinada cantidad de grano. En segundo lugar, el trueque a pequeña escala para satisfacer la demanda familiar, era trabajo de las mujeres. Ellas llevaban al mercado los productos de su huerta, los panes y los pescados que salaban para cambiarlos por aquellos que no producían directamente. Aquí se representa una economía a pequeña escala pues el gran comercio estaba en manos de profesionales, siendo esta representación un magnífico testimonio del papel de la mujer en la economía familiar. La vida de las mujeres en las sociedades preindustriales debía ser especialmente difícil y agotadora, la subsistencia de la familia dependía de ella en gran medida, desde la confección de los tejidos hasta la obtención de los alimentos, sin olvidar el difícil cuidado de la prole.
La sociedad egipcia estaba fuertemente jerarquizada y poco tenían que ver entre sí las mujeres de las clases más desfavorecidas con las de alto rango. Estas contaban con sirvientes y podían dedicar su tiempo a funciones religiosas. En un dibujo de Davies de su publicación sobre la tumba de Neferhotep, cuya esposa Merytre era tan importante, sobre las velas de un gran barco parece estar trabajando una mujer de la Davies dice que es la esposa del capitán, aunque ningún dato corrobora esta afirmación. No existen testimonios de ningún tipo, salvo que este sea el único, de mujeres ocupadas en este tipo de oficios.
Es en los ritos funerarios donde sí aparecen muchas mujeres, por ejemplo, como portadoras de ofrendas al difunto. En la tumba de Amenemhat , de comienzos de la Dinastía XVIII, hay una escena de ofrendas aún muy arcaica, en la que son especialmente bellas las representaciones de animales.
Pero donde destaca el papel de la mujer en los ritos funerarios es en el oficio de plañideras, dryt. Su misión era lamentarse en los entierros y se consideraba como una profesión cuyos servicios eran contratados por las familias de los difuntos. Unas veces siguen al cortejo en tierra, otras van en el barco, como en la tumba de Samut, llamado Kyky , del reinado de Ramsés II. Algunas llevan el pecho desnudo en señal de luto y se lamentan con gestos grandilocuentes, lo que permite escenas de gran dinamismo.
En la tumba de Ramose, en el muro Oeste, donde se representa la procesión funeraria, no hay relieve sino pintura. Se hicieron sólo dos registros pues la tumba no está terminada. En el superior se transporta el catafalco y el tekenu, en el inferior, entre el transporte del ajuar, aparece un compacto grupo de plañideras. Todas miran al registro superior, lo que es una innovación en la decoración de las tumbas puesto que por primera vez se ponen en comunicación un registro con otro. Las plañideras de Ramose son un hito en la pintura egipcia, no sólo por esta comunicación entre registros, sino también por su función en la composición y la utilización del color. Su forma de paréntesis, su posición enfrentada al resto del cortejo y el uso del azul, sirven para individualizar al grupo, pero también son una ruptura de la monótona fila de porteadores y seguidores del entierro. Este grupo es una composición muy estudiada, al mismo tiempo estática y dinámica, estática en la parte inferior con todas las figuras firmemente asentadas en el suelo, dinámica en la superior con un contenido y rítmico movimiento de brazos y cabezas. Una niña desnuda rompe la fila de faldas azules y blancas. Para lograr la sensación de perspectiva se recurre a la alternancia de dos colores de la misma gama, uno más oscuro que otro. Arriba, los rostros son idénticos, las cabezas se inclinan formando un semicírculo a tres alturas, los brazos se agitan y sólo una se agarra a la cintura de otra más alta, rompiendo de nuevo la monotonía. La colocación de algunos brazos no se corresponde con las cabezas. El gesto de dolor de los rostros se logra mediante el simple recurso de pintar las lágrimas como puntos que salen del ojo y el torcido gesto de la boca.
Otro tipo de plañideras son aquellas mujeres de la familia que lloran al difunto, generalmente la esposa. Aparecen con gestos violentos, arrodilladas a los pies del sarcófago, arrojándose tierra a la cabeza en señal de luto. Nunca se da el caso contrario, del hombre llorando a la esposa.
En muchas tumbas aparecen mujeres extranjeras. En la tumba de Ineni (, supervisor de las obras arquitectónicas de Amenhotep I y Thutmose I, unas mujeres forman parte de un cortejo de tributarios nubios. Van cargadas con sus niños en cestos a la espalda. La escena es un tanto rígida, pues no en vano estamos muy al principio de la Dinastía XVIII, pero la falda rosa que contrasta con la piel negra es de un gran impacto visual. En el hipogeo de Menheperaseneb, del reinado de Thutmose III, aparece también una escena de entrega de tributos de dignatarios extranjeros, entre los que se individualiza mediante una inscripción al Grande de Tunip. Tunip era un reino en Siria, cuyo emplazamiento no está aún comprobado, conquistado por Thutmose III. Esta es la única representación de este pueblo en una tumba tebana. El artista de Menheperaseneb se complace en los detalles exóticos: el adorno del traje, los peinados. Lo más llamativo es que el Grande de Tunip lleva en sus manos una niña como si fuera un tributo.
En conclusión, al carecer de biografías femeninas, las tumbas tebanas son la principal fuente de información para comprender la situación de la mujer en el Reino Nuevo. Pero debemos ser cuidadosos al interpretar las escenas, no podemos olvidar el simbolismo y la idealización presentes en todas las representaciones y que esta idealización es aún más acusada en las mujeres.

miércoles, 29 de julio de 2009

LA DIOSA BAST




Egipto, misterios insondables,...Quién no se ha sentido alguna vez atraído por su magia, se ha maravillado ante la magnificencia de las Pirámides, de la Esfinge, rostro humano con garras de león, y ha sentido la vibración espiritual en sus divinidades, las cuales tuvieron la más diversa representación y fueron muy variadas llegando a conocerse más de tres mil. Inicialmente eran propias de cada tribu, y luego a medida que el país se fue unificando las divinidades más importantes fueron alcanzando carácter nacional.
Muchas de estas divinidades fueron zoomorfas, es decir, tuvieron la forma de animales, así Anubis, Dios de lo Muertos, tenía cabeza de chacal; Khnum, Dios Creador del Hombre, tenía cabeza de carnero; Horus Dios - Sol de cabeza de halcón, era una de las grandes divinidades del Valle del Nilo; Sekhmet, de cabeza de leona, diosa de la guerra sanguinaria y cruel.
Entre esta serie de divinidades, BAST diosa gato, venerada especialmente en el Delta del Nilo, también conocida como Ousbastis y Bastet, fue representada como una mujer, con cabeza felina.
Su ciudad, Busbastis, que significa "mansión de la Diosa Bast", llegó a ser capital de Egipto en su momento de mayor esplendor, siendo el edificio más importante de la ciudad, el templo dedicado a la diosa.
El culto al Gato, aparece en el Antiguo Egipto alrededor del año 2900 A.C., y según la mitología la diosa gata Bastet, defendió al Dios - Sol Ra contra los ataques de la serpiente Apofis, una de las deidades del mal hija y esposa del propio Ra.
Fue diosa de la guerra, de la fertilidad, de la alegría, de la maternidad, la fecundidad y otras virtudes femeninas, además de guardiana del hogar y feroz defensora de los hijos.
El simbolismo de BAST y su culto, fueron complejos, por un lado representaba la energía del sol etérea, cálida y vivificante, siendo esta su parte evidentemente femenina; de otro lado, la conexión con el culto a la luna, proveniente de la parte misteriosa y amante de la noche, propia de los gatos.
El Gato Sagrado de Bast, es asociado con la Diosa Bast, representada con figura humana y cabeza de gato.
La natural gracia y quizás las cualidades maternales del gato, sugirieron a los egipcios algunos aspectos de la Diosa.

EL GATO Y LA RELIGIÓN EGIPCIA
El que muchas divinidades egipcias fueran zoomorfas trajo como consecuencia que el animal fuera considerado no sólo un símbolo viviente del dios , sino era tomado como un "fragmento" o encarnación del dios mismo.
Así en los templos se mantenía un ejemplar que se consideraba la imagen viviente del dios , el cuerpo en el cual este había decidido habitar sobre la tierra . Inclusive se aplicaba a ellos la doctrina egipcia de la Supervivencia en el Más Allá.
Para el culto a Bastet los sacerdotes solían escoger un gato con unas características muy especiales, el cual era adorado y venerado como si se tratase de la encarnación de la diosa .
Los antiguos egipcios no dieron al gato un nombre específico lo llamaban por su onomatopeya: Miu para el masculino y Mit para el femenino.
En la vida cotidiana les daban un trato muy especial, eran considerados como un miembro muy respetado de la familia, y si alguno caía enfermo recibía atenciones como si de un niño se tratara ; si llegaba a morir la familia se vestía de luto, llegando hasta el punto de afeitarse las cejas en señal de duelo.
A los felinos fallecidos, se les llevaba a la casa de purificación para ser momificados, proceso que podía durar hasta 40 días. Luego, las familias ricas colocaban sobre la cabeza de la momia una máscara de bronce, para ser introducido en un sarcófago, y por último era conducido al cementerio seguido por un largo cortejo de parientes y amigos que lloraban desesperadamente, mostrando su desconsuelo .
El cementerio de gatos más grande de todo Egipto se encontraba en Bubastis, y a este lugar acudía gente de todo el país para dar sepultura a sus queridos felinos.
Existían leyes que prohibían tanto el perseguir como matar a los gatos, a tal punto que si alguien era responsable de la muerte de uno de ellos, podía ser condenado incluso a la pena capital.
En conclusión, todo este proceso en las costumbres y creencias de adoración hacia los felinos, los involucró cada vez más en los hogares y sitios de producción, donde fueron imprescindibles para la eliminación de plagas de roedores, garantizando así su permanencia junto al ser humano, hasta llegar a ser el compañero invalorable que es en nuestros días.

lunes, 8 de junio de 2009

Mujer en el Antiguo Egipto primera parte





Hablar de las mujeres en el antiguo Egipto como si de un tema concreto se tratase sería, cuando menos, una imprudencia. Estamos hablando de un periodo histórico de unos 3500 años y aunque lentos hubo grandes cambios en la estructura social, económica, religiosa, gubernamental...etc. Así mismo nos hayamos en un territorio de más de 1000 km2 por tanto las diferencias entre las egipcias del delta con las sureñas de Tebas, obviando su clase social, eran enormes.
La tercera complicación en nuestro estudio son las fuentes documentales egipcias, que nos informan de la posición que ocuparon, pero raramente del tipo de personas que fueron, en muchos casos no conocemos nada de su situación porque su preeminencia no existió y carecemos de testimonios que nos ayuden a conocerlas. El último obstáculo que hayamos es el conocimiento de las mujeres de la esfera real ya que únicamente por su vinculación con el rey podemos vislumbrar su mundo. Aquí tenemos muestras de su vida y de su fisonomía, pero cada una de ellas es una singularidad y es imposible formar un grupo homogéneo de las Damas reales.
Estamos contemplando a la mitad de la población del Antiguo Egipto únicamente por sus sombras, la relatividad de las afirmaciones que sobre las mujeres egipcias hagamos es la piedra angular de cualquier trabajo de género que se realice. Esta sección va a intentar dar aspectos conocidos y deducciones arqueológicas aceptadas, intentando que sea lo más ameno y accesible al lector común. Os deseo que disfrutéis tanto leyendo como nosotros investigando.

Sociología del reino antiguo: ¿dónde están enterradas las mujeres?
En años recientes ha surgido un tema sociológico preocupante dentro de la arqueología egipcia antigua: los estudiosos han tomado debida nota de un curioso y extraño fenómeno que se encuentra atestiguado en los grandes cementerios nobiliarios de Guiza y Abusir: la gran mayoría de los sepulcros pertenecieron a propietarios masculinos casados, pero las excavaciones demuestran que, incluso en estos casos, aunque la esposa está registrada en la decoración de la capilla funeraria – u otro lugar de la tumba -, la misma no fue sepultada en la misma sepultura, careciendo asimismo de un pozo sepulcral, una mención en la estela puerta-falsa del marido o una a nombre propio.
Dicha circunstancia está atestiguada durante ciertos reinados, especialmente durante la Quinta Dinastía tardía. Obviamente, se dice generalmente, que las esposas eran enterradas en sepulcros anexados a las grandes mastabas dedicados a los esposos, pero ese tampoco parece ser el caso. Por ejemplo, la mayoría de las tumbas anexadas a posteriori de la erección de una mastaba principal, no pertenece a una mujer o, al menos, no ha podido confirmarse de manera fehaciente que así fuera. Igualmente, se han descubierto numerosas tumbas con dos fosas sepulcrales, pero en las cuales una de ellas, por lo general la ubicada al sur, no ha sido utilizada y se la ha hallado rellena de cascajos, pero de la supuesta esposa del difunto ni rastros; podría aducirse que la fosa fue violada por ladrones de tumba, pero esta constante en casi todos los sepulcros excavados, hace que tal idea deba descartarse, especialmente porque hay claras evidencias de que dichas fosas nunca contuvieron un cuerpo humano ni ajuar funerario alguno. Tampoco hay muchas evidencias de mastabas que pertenecieran a una mujer sola durante aquella época.
Esta situación es harto inusitada, ya que implicaría una falta de provisión para asegurar la vida de ultratumba de la mayoría de las mujeres durante el Reino Antiguo, lo cual, para nosotros, hombres modernos, suena totalmente absurdo. ¿Es que las mujeres estaban excluidas de una vida de ultratumba? Proponer algo así, para un pueblo al que alguna vez se consideró como el de los hombres más religiosos del mundo”, al decir de Heródoto de Halicarnaso, es, cuando menos, contradictorio.
De acuerdo a lo antedicho, parece ser que en los grandes cementerios menfitas, a fines de la Quinta Dinastía al menos, es aparente que no todas las mujeres recibieron sepultura junto a sus esposos, fueran estos visires u oficiales menores de la Corte. También se ha destacado que no todas las que sí lo fueron recibieron un sarcófago pétreo, como es el caso de sus maridos. Y si bien algunas enseñan haber recibido un ataúd de madera, muchas han sido directamente puestas sin protección alguna en las fosas sepulcrales. Tampoco es usual que la esposa ostentara una estela puerta-falsa en la tumba de su esposo. Tales hechos han llevado a pensar que la esposa sólo figura en la tumba para cumplir un papel que el esposo deseaba que ella desempeñe en ultratumba. Sabemos, sin embargo, a través de los entierros exclusivos para mujeres, que éstas eran provistas con los mismos elementos que un varón, indicando que las expectativas acerca de la vida en el Más Allá, y sus requisitos para lograrla, eran los mismos que para cualquier hombre. Usualmente, tales sepulcros pertenecen a “princesas” (zat nysut) o a mujeres que se desempeñaban en la Corte – pero no de otras clases sociales -. Así, nos encontramos que durante la Cuarta Dinastía sólo hay sepulcros de “princesas”; durante la Quinta, los hay de mujeres con funciones cortesanas; y, en la Sexta, las tumbas para mujeres solas son menos frecuentes que nunca y que predominan sus entierros en sepulturas familiares.
Por lo que asumimos hoy en día, los oficiales del Reino Antiguo se ganaban el derecho a ser enterrados en los cementerios menfitas gracias a sus servicios, y que el permiso para ser sepultados en los camposantos dependientes de la realeza procedía directamente del monarca. ¿Es posible que las mujeres no tuvieran dicho derecho, excepto bajo las mismas circunstancias, i.e., gracias a los servicios dados al soberano? ¿Será posible, como propusieron algunos investigadores, que tal servicio, en el caso de las mujeres, fuera considerado excesivamente oneroso para el erario estatal? Nos parece impensable. Otra posibilidad sería que muchas de las esposas de esos nobles no recibieran tal derecho de parte del rey, ni que éste tuviera nada que ver con ello, ya que no cumplían ninguna función en la Corte; pero, entonces, ¿por qué sus maridos no se hicieron cargo de tal estipendio para ellas? Una tercera posibilidad sería la de que aquellas mujeres que efectivamente recibieron sepultura junto a sus esposos lo hicieron porque ellos sí tenían la necesaria disponibilidad económica para hacerlo, y las que no es porque sus respectivos cónyugues no estaban en posición de costear sus funerales y se contentaran con ser solamente mencionadas o representadas en la capilla funeraria de sus maridos.
Existe una cuarta y muy posible respuesta: que las expectativas de vida de las mujeres fuera inferior a las de los hombres, por lo que muchas veces sus entierros fueran realizados antes de los de sus esposos o a que éstos recibieran una sepultura financiada por las arcas reales. Este posible escenario no quita que tengamos que seguir buscando por las sepulturas de las mujeres, ya que todavía queremos saber dónde están enterradas. En las provincias la situación pudo haber sido diferente, a causa de la gran cantidad de esposas sepultadas con sus maridos (p.ej., en Ajmim durante la Sexta Dinastía).
La importancia socio-política de la mujer en el Antiguo Egipto
A manera de prólogo
A partir de la XXVI Dinastía, la cronología puede considerarse correcta, salvo pequeños errores; en el Imperio Nuevo, el margen de error puede ser de unos 15 años; en el Imperio Medio, las fechas pueden sufrir un desajuste de unos 40 años; en el Imperio Antiguo, el margen de error puede ser de unos 60 años y en el Período Arcaico - las dos primeras dinastías - el desajuste puede llegar a ser de más de 100 años.
Esta consideración es válida para toda la Historia del Antiguo Egipto. La cronología de esta extraordinaria civilización, está sometida a una permanente investigación y debate.

Hecha esta premisa, vamos a estudiar, a través de las huellas del pasado, la historia de ciertas mujeres que formaron parte de la Historia de Egipto. Sus vidas quedaron plasmadas en sus monumentos y esculturas. Algunas serán poco importantes para nosotros, pero ellas en su tiempo sí lo fueron, en el sentido que contribuyeron también a forjar aquella milenaria civilización. Les presentaré algunas de sus vidas, que no por ser de un ama de casa, por ejemplo, fueron menos importantes que las de las reinas. No vamos a hablar de sus representaciones en pinturas, en sarcófagos ni de sus momias. Será, como dije, a través de sus representaciones en estatuas y monumentos que han ido saliendo a la luz, durante las innumerables excavaciones arqueológicas realizadas durante los últimos siglos.
Las mujeres de la realeza dejaron muchos recuerdos de su paso por este mundo, como grandes templos, tumbas, y estatuas. Pero también las féminas corrientes nos dejaron su impronta como, capillas funerarias, estatuaria, estelas votivas y funerarias, mesas de ofrendas, etc. todas ellas llevando los nombres y títulos de sus propietarias o de las oferentes.
Este corpus ha sido poco estudiado, no sabemos por que causa, pero la realidad es que está ahí y ha llegado hasta nosotros en gran cantidad debido, en gran parte, a que fueron grabados en piedra. Sabemos que mujeres comunes, así como de la clase alta y de la realeza, fueron recordadas ya en su tiempo en esculturas y monumentos artísticos y arquitectónicos, como medio de ilustrar la independencia, posiciones responsables y el respeto del que disfrutaron las mujeres de todas las clases sociales en el Egipto Faraónico.
En las tumbas halladas en todo el Valle del Nilo, han sido encontradas grandes extensiones de decoraciones murales, tanto del Imperio Antiguo, como del Medio y el Nuevo. Vemos en ellas, no sólo escenas religiosas y ritos funerarios, sinó también otras de caza, deportes, trabajos domésticos y agrícolas, juegos, mercadeo, y las propias de la maternidad.
Las representaciones de esbeltas mujeres, atractivamente acicaladas y primorasamente grabadas en la piedra, destacan agradablemente en casi todos los casos. Aunque sean mujeres de clase social baja, han sido inmortalizadas con gracia y dignidad.
Las esculturas de las esposas de propietarios de tumbas, figuran de forma prominente como compañeras y soporte de sus maridos. Es corriente que sean ellas las que abrazan y protegen a sus maridos, incluso a veces, en plan muy maternal ... y ellos se dejaban proteger.
En el Imperio Antiguo (2647-2124 a.J.C.), en las escenas que aparecen niños y criados, están siempre representados a menor tamaño, pero no así las esposas (esto se ha discutido mucho); a veces puede parecer que algunas cónyuges son como algo más pequeñas, pero ello sólo es debido a que, como sabemos, los artistas egipcios no dominaban la perspectiva; al hacerlas algo más pequeñas, nos están indicando que, aunque estén en el mismo plano, se debe entender que están algo más hacia atrás. También existen excepciones.
A juzgar por la estatuaria y escenas funerarias, la relación hombre-mujer en el Antiguo Egipto, era en régimen de igualdad. Lo que no es cierto, y esto lo interpretaron así algunos autores, es que la sociedad egipcia fuese de tipo matriarcal. Las representaciones artísticas expresan claramente, mejor aún que los textos, la igualdad de derechos de ambos sexos. En la estatuaria y en la decoración de las tumbas (casas para la eternidad), se representan con gran vivacidad, la realidad de la vida de la mujer que, actúa consciente e independientemente, de la voluntad del hombre; aunque siempre, dentro del matrimonio y de la familia.
La información sobre la, llamémosle, tendencia matriarcal de la sociedad egipcia, nos ha llegado más por fuentes griegas y romanas, que por la propia egipcia. Bajo el prisma de estas otras sociedades de la antigüedad que hemos mencionado, donde las atribuciones y derechos de la mujer eran más limitadas, esta igualdad hombre-mujer de la sociedad egipcia, resultaba a sus ojos tan sorprendente, que se llegó a creer que la mujer egipcia ocupaba una posición de pleno dominio sobre el hombre, lo cual se aparta de la realidad por completo.
Por otra parte, la organización social egipcia era eminentemente monógama. La ley no permitía a un egipcio, burgués o villano, casarse con su hermana, por ejemplo; en cambio, la ley facultaba al faraón a actuar como quisiese. La poligamia se dio principalmente en la realeza, pero siempre, la primera esposa titulada Gran Esposa Real (algo similar a nuestro concepto de reina), ocupaba un lugar preponderante en palacio. El faraón podía tomar cuantas esposas desease, incluso desposarse con sus hijas y hermanas, como se ha visto a través de la historia, y además podía tener concubinas, pero este privilegio real no podía ejercerlo un súbdito.
Es obvio, por infinidad de escenas que nos lo confirman que, las mujeres egipcias de la antigüedad, eran muy respetadas y estaban totalmente inmersas en la sociedad de su época en plano de igualdad. Tenían funciones como cultos en el templo y títulos como, Señora de la Casa (este era un título muy importante) o en la esfera económica.
El término hmt, se puede interpretar como esposa. Para designar Señora de la Casa, utilizaban nbt pr, que al mismo tiempo también significaba, Administradora de los Bienes Familiares.
Mujeres campesinas las vemos en la faenas agrícolas, cazando aves, moliendo grano o fabricando cerveza. Mujeres de clases más elevadas, las vemos como danzarinas, tocando instrumentos de música, plañideras profesionales y miembros activos de los templos como cantoras y, en las escenas de fiestas y banquetes, como un miembro más de la sociedad. Raras, aunque existen algunas, son las escenas en que una mujer gobierna un bote, como por ejemplo en la tumba de Neferhotep (TT49).
Vemos también como, en la importantísima industria textil del lino, por muchos siglos, el hombre no interviene.
En el Imperio Antiguo, los títulos que denotaban posiciones de autoridad y responsabilidad pertenecientes a mujeres, eran reservados a las féminas de las clases sociales más altas, las cuales muchas veces, estaban ligadas a la familia real por vínculos de sangre o por matrimonio con la nobleza. Una mujer, por ejemplo, fue Inspectora de Médicos para Mujeres (ginecólogas) [Ghalioungui,1975]; otra tenía los importantes títulos de Juez y Visir, aunque eran títulos honoríficos [Fischer,1976 y 1.989]. También encontramos en la historia egipcia, abundantes títulos con poder y autoridad en mujeres, como Directora del Refectorio, Inspectora de Sacerdotes Funerarios o Inspectora de los Talleres de Tejedoras [Fischer,1976 y 1989]. Es interesante hacer notar que, los títulos religiosos no estaban limitados solamente a mujeres de la nobleza; también mujeres comunes ocuparon cargos como, sacerdotisas de las principales deidades femeninas. Cargos administrativos y sacerdotales femeninos los hemos encontrado en monumentos del Imperio Antiguo y muy pocos en el Imperio Medio (1040-1648), tal vez por ser un período de inestabilidad económica y social, pero sí otros menores como, cervecera, peluquera, jardinera, hortelana o molinera [Ward,1986 y 1989].
Durante el próspero período del Imperio Nuevo (1540-1069 a.J.C.), la presencia de la mujer en todos los órdenes, se hace más patente. Además de las escenas grabadas en los muros, las tumbas y los templos contienen estatuaria privada, tanto femenina como masculina. Las parejas de esposos sentados se hacen muy populares. Menos corrientes son las estatuas de mujeres solas sentadas, como la de la sacerdotisa Mitret, del Imperio Antiguo, descubierta en Gizeh por un equipo de la Universidad de Berkeley (California) a principios de este siglo, o el retrato de Lady Sennwy, esposa del nomarca Hapdjefi de Assiut (Imperio Medio), que es un ejemplo supremo del retrato a tamaño natural realizado en granito; hoy se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Boston. La gracia de la figura radica en que, el desconocido escultor, utilizó el tocado tripartito para poder así eliminar el socorrido pilar posterior que frecuentemente sujetaba y reforzaba la cabeza para evitar la rotura por el cuello.
Egipto durante el Imperio Nuevo, continua expandiéndose y el resultado es una sofisticación más cosmopolita. Durante este período, los retratos de las damas egipcias se realizaban esencialmente a dos diferentes tamaños, a saber: las mujeres de una escala social alta o de conocida riqueza, eran perpetuadas a tamaño natural, mientras que, las de condición más humilde, tenían que contentarse con estatuillas que podían medir entre 30 y 60 cms. de altura. También han aparecido esculturas de dos mujeres sentadas o de pié; generalmente es la protagonista con su hija o con su madre. Muy raro es que sea con su padre o con su hermano. Cuando una mujer aparece con un hombre, en principio hay que pensar que sea su marido.
En el Nuevo Imperio y especialmente en las XVIII y XIX dinastías, aparecerán tallas individuales más voluptuosas, en las que los artistas han plasmado con gran delicadeza y primor, tanto los rizos de las pelucas como las texturas de los vestidos y las formas de la mujer. Las curvas de sus cuerpos jóvenes y esbeltos, nos lo muestran a través de sus vestidos de lino transparente y podemos decir que, en vez de vestirlas, lo que hacían era desnudarlas, haciéndolas más atractivas y apetitosas. Como la famosa escultura de un cuerpo acéfalo, atribuida a la reina Nefertiti, que se encuentra en el Museo del Louvre.
Las estelas privadas son más comunes que las estatuas, tal vez por ser más fáciles de realizar y también, hay que pensar en ello, que su costo sería menor. Su fin era el perpetuar la memoria de sus propietarios, igual que hacemos ahora en nuestros días. Las estelas reflejaban siempre a los fallecidos, generalmente sentados ante una mesa de ofrendas con comida y bebida abundantes; algunas veces incluían también a miembros de su familia. Las estelas llevan inscritos el nombre y los títulos del propietario, junto con una invocación para pertuar las ofrendas, como por ejemplo: Mil panes, cerveza, carne y aves para ... (el nombre del difunto). La mayoría de estas estelas son de esposas o viudas, aunque también las hay de mujeres solas o con sus maridos.
En los fondos del Museo Metropolitano de Arte de New York, existe una estela del Imperio Medio, dedicada a dos mujeres (llamadas Inyotefankh y Meswet-Netrettekh) que les fue ofrecida por las cuatro mujeres de condición modesta que aparecen el la misma. El título más común, independiente de la clase social a la que perteneciera una mujer era, insisto, el de Señora de la Casa.
La mujer que poseyera un título clerical sería grabado, sin excepción, en su estatua, tumba o estela. Estos títulos religiosos se otorgaban con más profusión en el Imperio Medio, que en épocas posteriores. Hasta la XII Dinastía, las estelas eran hechas exclusivamente con fines funerarios pero, posteriormente, también las encontramos como ofrendas votivas a los dioses, por personas vivas. Un grupo de 14 estelas dedicadas por mujeres de condición humilde, con títulos como camareras y lavanderas, fueron encontradas en Lischt por Ward en 1989.
Eran estelas votivas en las cuales sólo la mujer que la dedica está representada en actitud de adoración a sus dioses favoritos. Han sido encontradas también en numerosos lugares y cementerios de Deir el-Medineh y en Abydos.
El eminente egiptólogo Augusto Mariette, encontró 23 estelas de mujeres de la Baja Época, que poseían el título religioso de, Cantora, en un lugar del santuario nacional de Abydos, que estaba dedicado al dios Osiris [Mariette, 1880]. De las 23 estelas, sólo 5 incluían la figura y nombre del marido; las 18 restantes estaban dedicadas a una mujer en solitario y de las 23 estelas (incluidas las que tenían marido), 18 eran Cantoras de Osiris; 3 Cantoras de Isis y 2 eran Cantoras de Amón.
Pasemos ahora a los monumentos de las reinas. Tumbas pertenecientes exclusivamente a mujeres, nos han llegado desde el principio de la historia de Egipto. Algunas reinas de las primeras dinastías poseen tumbas tan grandes como las de sus reales esposos, siendo esto el testimonio de su muy importante situación de soltera, de su herencia, o de su significante posición religiosa, como hijas o viudas de reyes.
El faraón Snefrú (2573-2549 a.J.C.), subió al trono por su matrimonio con la princesa real Hetepheres II, hija del rey Huni (5º y último de la III Dinastía). Fue el constructor de las pirámides de Meidum (una) y de Dahshur (dos); una de este último lugar, es la famosa y única romboidal o de caras inclinadas (54°/43°) que existe. Snefrú y su gran esposa real Hetepheres II, fueron los padres del rey Cheops.
La mejor evidencia del status de mujeres nobles en el Imperio Antiguo nos llega de la IV Dinastía en Gizeh. La madre y las viudas de Cheops, constructor de la Gran Pirámide, comparten con él, el estilo de las tumbas reales.
Más tarde, aunque todavía en la IV Dinastía, otra esposa real posee una gran mastaba entre las de sus hermanos en el cementerio real del este. Se trata de la gran esposa real Mersyankh III, que falleció antes que su real esposo el faraón Kefrén y que su madre la gran esposa real Hetepheres II. Pues bien, Mersyankh III fue enterrada en una gran mastaba, con una capilla en su parte superior que, además poseía un elaborado subterráneo con varias estancias talladas en la roca viva y maravillosamente decoradas con relieves murales y esculturas [Dunham y Simpson,1974].
En la calzada que hay entre la 2ª y la 3ª pirámides de Gizeh (Kefrén y Micerinos), se encuentra una impresionante tumba construida para la reina Khentkawes (gran esposa real del faraón Shepseskaf, último rey de la IV Dinastía e hija de Micerinos). Se cree que fue el eslabón de la cadena o puente dinástico que sirvió de unión entre la IV y la V dinastías, debido a que su título más significativo, entre otros muchos, era el de, "Madre de Dos Reyes del Alto y Bajo Egipto". Uno de sus hijos tuvo que ser el faraón Neferir-karé, 3º faraón de la V Dinastía que construyó su pirámide cerca de Abusir.
Las estatuas de Nofret y su esposo el príncipe real Rahotep, gran sacerdote de Ra, e hijo del faraón Snefrú de la IV Dinastía, fueron descubiertas por el famoso egiptólogo Mariette en Meidum. Una vez más, nos muestran el tratamiento igualatorio que los artistas daban a la mujer pues ambos aparecen con las mismas proporciones, aunque se trate de dos esculturas separadas que forman pareja.
El famoso grupo del faraón Micerinos junto a su gran esposa real Khamerer-Nebti, es el epítome de la igualdad que existía entre los dos esposos (tanto monta, monta tanto), así como en la masculina posición de ella, al adelantar el pié izquierdo.
Adviertan Vds. que, casi siempre que vean estatuaria de matrimonios (de pié o sentados), insisto en que es ella, la que protege con su amoroso abrazo a su esposo y no al revés.
Un caso muy particular que corrobora lo dicho anteriormente, es el del grupo escultórico familiar del
enano acondroplásico Seneb, que tenía el pomposo título de, "Principal Ayuda de Cámara Real", inmortalizado con su esposa e hijos. La gracia y la postura de su esposa, que lo abraza tiernamente por los hombros y le coge el brazo izquierdo sonriendo, es todo un poema. Ambos tienen la misma altura, aunque el artista jugó muy bién con la estatura del marido, colocándolo sobre un zócalo. Este grupo escultórico está en el Museo de El Cairo y pertenece a la IV-V Dinastía.
La tumba del príncipe Mereruka de la VI Dinastía, contiene varias estancias dedicadas a su esposa, la princesa Watet-Khet-Hor [Duell,1938]. Hoy en día, están totalmente vacías por haber sido saqueadas.
La práctica de constuir pirámides para las reinas, se extendió hasta la VI Dinastía y también aparecerán algunas en la XII Dinastía, en la que se abandona totalmente esta costumbre y tipo de construcción.
Antes de dejar la VI Dinastía deseo referirme a otra mujer que dejó huella de su paso. Se trata de la reina Nitocris (2141-2140 a.J.C.), hija de Pepi I, hermana de Merenré y hermana y esposa de Pepi II. Los historiadores Manetón, Flavio Josefo, Eusebio, Sincelo y Sexto Julio Africano, la llenan de piropos, diciendo de ella que era, "La más noble, la más bella y la más adorable de todas las mujeres de su tiempo. Más valiente que todos los hombres; de bonita figura, dotada de una hermosa piel y de rojas mejillas". Al morir su hermano y esposo Pepi II, Nitocris subió al trono de Egipto y reinó como faraón por espacio de ±2 años. Con ella terminó la VI Dinastía y el Imperio Antiguo.
En las XVIII y XIX dinastías, la costumbre de ensalzar las figuras de sus reinas se incrementa. Las estatuas gigantescas del faraón Amenofis III y de su gran esposa real Tiyi, ambas del mismo tamaño, presiden la sala central del Museo de El Cairo.
Las estatuas y monumentos de las grandes esposas reales como Nefertiti y grandes viudas reales (como así eran llamadas), son muy numerosas. Los bustos policromados o no de la gran esposa real del controvertido faraón llamado hereje Amenofis IV-Akhenaton (1353-1337 a.J.C.), la bellísima reina Nefertiti, son muy familiares para todos nosotros. Existe una escena íntima de esta reina, en la que aparece desnuda con una de sus hijas, siendo además la primera vez que acontece en el arte amárnico, de una representación frontal del cuerpo.
Y también, las estatuas colosales de la gran esposa real del faraón Ramsés II (1279-1213 a.J.C.), su bien amada Nefertari, esculpidas en la fachada del templo dedicado a ella en Abu-Simbel. Nefertari llegó incluso a firmar cartas dirigidas a reyes extranjeros. En su tumba, situada en el Valle de las Reinas, su real esposo mandó grabar estos piropos: "Nefertari-Mery-en-Mut, Señora del Alto y Bajo Egipto; Señora de las Dos Tierras. Por la que el Sol se levanta cada día". Si en el gran templo de Abu Simbel dedicado a Ramsés II, la reina Nefertari y otros familiares aparecen a menor tamaño al lado de los cuatro colosos sentados del faraón, es debido a que él está representado como el dios supremo Ra, que domina sobre la puerta de entrada al templo.
En la dilatada historia de Egipto, con mucha frecuencia, la reina era de más pureza de sangre real que su esposo, debido a que éste, si no lo era, se legitimaba por su matrimonio con una princesa real. Citemos sólo como ejemplo a Snefrú, a los tres Tutmosis y al general Horemheb, luego faraón por un golpe de estado, cuya gran esposa real fue la princesa real Mutnodjmet. Esta legitimación se debe a que, en términos religiosos, la gran esposa real era la encarnación terrenal de la diosa Hathor (esposa del dios Ra) y de la diosa Mut (esposa del dios Amón). El nacimiento divino del faraón pasó a engrosar, en el Imperio Nuevo, el repertorio de las escenas grabadas en los templos. Han sobrevivido dos ejemplos muy bién conservados: uno en el templo funerario de la faraón Hatshepsut (1479-1457 a.J.C.), en Deir el-Bahari y el otro en el templo de Amenofis III en Luxor [Newton,1923 y Frankfort,1929]. En este último, el episodio crucial de toda la secuencia está tratado con suma delicadeza. La madre del monarca reinante aparece sentada frente al dios Amón, quien con una mano toca la de ella, mientras que con la otra le ofrece el signo jeroglífico Ankh de la vida. En este momento se produce la concepción inmaculada, al fecundar el dios Amón a la reina Mutenwia esposa real del faraón Tutmosis IV y madre del futuro faraón divino Amenofis III. Debajo de ambos, están sentadas sobre el lecho nupcial las diosas Selket y Neith que sostienen en el aire a la pareja. El texto grabado es muy explícito, dice así: "El dios Amón, adoptando la figura de su marido, la halló mientras dormía en lo más recóndito de su palacio. Ella, la reina Mutenwia, se despertó al sentir la fragancia divina de Amón y se volvió hacia él. Entonces Amón se le acercó pues se sentía atraído por ella; después de presentarse, permitió que ella le viese con su forma divina para que se regocijase contemplando su perfección. El amor de él, penetró en su cuerpo y el palacio se inundó de la fragancia divina". No hay que olvidar, que hoy en día todavía decimos: Rey por la gracia de Dios.
En la Sala de Nacimientos del templo funerario de Hatshepsut en Deir el-Bahari (muro norte de la segunda terraza), la explicación de este misterio es aún más demostrativa. El nacimiento divino del rey-dios, se produjo de la siguiente manera [Naville,1896] y [Eggebrecht,1984]:
(I) El dios de la sabiduría, notario mayor y mensajero de los dioses, Toth, representado con cabeza de ibis, conduce al dios Amón ante la reina Hatshepsut. (II) En el siguiente registro, el dios Amón cohabita con Hatshepsut. (III) Después Amón, ordena al dios alfarero con cabeza de carnero, Khnum, que modele al hijo de la reina, ya engendrado.(IV) EL dios Khnum da forma al niño y a su Ka, sobre su torno de alfarero, asistido por su esposa, la diosa Heqet con cabeza de rana, que le da el soplo vital, acercándole a su nariz y boca, el signo Ankh de la vida. (V) En el registro central, el dios Toth, hace saber a la faraón Hatshepsut sus títulos y dignidad, como esposa divina y madre del futuro rey.(VI) El matrimonio de dioses Khnum y Heqet, conducen a la reina Hatshepsut embarazada, a la Sala de Nacimientos (llamada Mammisi).(VII) La reina (ya madre) sostiene al recién nacido en sus brazos mientras que una nodriza, solícitamente se apresura a recibirlo; en la parte inferior, dioses y genios le alcanzan los símbolos de la vida y de la continuidad. (VIII) A su derecha, la diosa primordial del cielo y vaca sagrada Hathor, sentada en su trono arcaico, presenta el niño al dios Amón, quien lo reconoce enseguida como hijo suyo.(IX) En el registro final, el nuevo rey de Egipto (él y su Ka), es presentado a todos los dioses del Alto y Bajo Egipto.
Algunas hijas del dios vivo, o para entendernos mejor, princesas de sangre real por parte de ambos progenitores, no sólo legitimaban a su medio-hermano (hijo de esposa secundaria o concubina), caso de los tres primeros Tutmosis, o a otro candidato a su matrimonio, sinó que tomaban las riendas del poder. El mejor ejemplo conocido es el de la faraón Hatshepsut, en la XVIII Dinastía. Su magnífico templo funerario en Deir el-Bahari, es el mayor monumento a una mujer, que sobrevive desde la antigüedad.
Varias estatuas de esta reina-faraón (la mayoría se encuentran en el Museo Metropolitano de Arte de New York) fueron descubiertas en unas excavaciones. Entre ellas, se incluyen leoninas esfinges barbudas y otras estatuas de Osiris que, tienen la faz femenina y delicada de esta reina (mejor dicho, faraón-mujer). Otras esculturas muestran a Hatshepsut ataviada como faraón-hombre.
Hatshepsut para celebrar el XV jubileo de su ascensión al trono de Egipto, se erigió obeliscos recubiertos de electrum (aleación natural de oro y plata), más altos que los de su padre, el faraón Tutmosis I. Uno de ellos, sobresale por encima del templo de Karnak.
EL sobrino y sucesor de Hatshepsut, fue el faraón Tutmosis III, que ha sido llamado por los historiadores "El Napoleón de Egipto". Parece ser que este faraón, por odio hacia ella, es el responsable directo de la destrucción de los monumentos que mandó edificar su antecesora.
Hatshepsut proviene de una larga línea de dinámicas mujeres. Entre ellas destaca también la reina Ahmes-Nefertari, esposa real del faraón Ahmosis, fundador de la XVIII Dinastía. Ahmes-Nefertari tuvo considerable autoridad en el culto al rey de los dioses, al recibir el glorioso título de, "Gran Esposa Divina del dios Amón", un título que le daba un poder preponderante como sacerdotisa en el santuario nacional del culto al dios Amón; este gran honor le proporcionaba muchas propiedades legales documentadas e infinidad de ventajas de todo tipo. Una monumental estela de esta reina, se encuentra en el templo de Amón, en Karnak [Robins,1983].
No existe ninguna duda que, Ahmes-Nefertari, como sacerdotisa y Esposa Divina de Amón, tuvo un considerable poder económico, controlando proyectos de santuarios en diversos lugares de Egipto. Sus títulos reales incluían el excepcional de, "Señora del Alto y Bajo Egipto", lo que le permitió, a la muerte de su real esposo, gobernar Egipto como reina-regente de su hijo Amenofis I. A la muerte de éste, la reina-madre Ahmes-Nefertari fue honrada y distinguida por el sucesor de éste, Tutmosis I, que le erigió una estatua colosal a la anciana reina, en el patio del templo de Karnak, que él construyó. Fue la hija de Tutmosis I, Hatshepsut, la que le sucedió en el título de Gran Esposa Divina del dios Amón.
Al morir Ahmes-Nefertari, fue deificada y su nombre sería evocado en las plegarias junto a los de la tríada tebana. Su culto llegó a ser muy popular en Egipto por espacio de varios siglos y su imagen fue reproducida en las pinturas murales de muchas tumbas privadas.
Monumentos de otra reina de la XVIII Dinastía han sido descubiertos en las excavaciones llevadas a cabo por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Toronto dirigidos por Donald B.Redford [Redford,1984]; su objetivo era recuperar restos de templos que el rey hereje Akhenaton construyó en Karnak. Se encontraron muchos dentro del 9º pilono y tambén en otros lugares. Había constancia que existían estas estructuras, debido a los miles de pequeños bloques de piedra sueltos que desde hacía varios años se hallaban sin ensamblar, como si de un enorme rompecabezas se tratase. Parte de ellos se encuentran hoy en día, en el Museo de Luxor. Cuando los arqueólogos canadienses comenzaron a estudiar los talatat (como así se llaman estos bloques), descubrieron aún muchos más en el interior del 2º y 3º pilonos; los talatat fueron reutilizados cuando los templos construidos por Akhenaton fueron demolidos. Pero la sorpresa llegó al observar que, la figura real predominante en el culto al dios Atón, era la de la reina Nefertiti.
EL mayor de los dos templos dedicados al dios Atón en Karnak, llamado Gem-pa-Atón, tiene varias hileras de pilares decorados con grandes escenas, en las que Nefertiti y su hija mayor Meritatón, hacen sacrificios al disco solar en el altar principal. El otro templo llamado, "El Palacio de la Piedra Ben-ben", estaba totalmente dedicado al uso exclusivo de la reina Nefertiti [Redford,1984]. Su puerta principal, flanqueada por tres pilonos de 9,5 mtrs. de altura, también posee escenas que muestran a la reina Nefertiti y a su hija Meritatón, como celebrantes del culto al dios. También existe una peculiar escena en la que Nefertiti adopta el papel de faraón como guerrero, blandiendo una cimitarra y dispuesta a descargarla sobre un enemigo [Redford,1984].
Los egiptólogos tienen que resolver ahora la cuestión del por qué Nefertiti tiene una posición tan prominente en las escenas grabadas en Karnak; era el máximo honor que podía tener. ¿Se le asignó a esta reina, en la ciudad sagrada de Tebas, la representación de la función real del faraón? .
Si los expertos médicos están en lo cierto y parece que es así, Akhenaton padecía el Síndrome Adiposo-Genital de Babinski-Froehlich que, entre otros trastornos, causa esterilidad, impotencia y atrofia de los órganos genitales así como, en según que casos, acromegalia. Eminentes egiptólogos como, Mariette, dice que fue un castrado; Aldred, asegura que no fue padre; Lefebvre, lo tilda de travesti y Corteggiani es más tajante todavía diciendo que fue, místico o débil; rey embriagado de Dios o un degenerado; hombre de gineceo; iluminado o minado por la enfermedad e incluso dice que, le hubiese gustado ser mujer. Nadie acepta que fuese una persona normal.
Entonces, Akhenaton no pudo engendrar las seis hijas que tuvo su amadísima Nefertiti [Harris & Hussein,1988] y [Aldred,1988]. Su suegro (de ella), Amenofis III, fue padre de varias hijas y podría haber sido la única respuesta razonable, para los deseos de la real pareja (Akhenaton+Nefertiti), de tener descendencia. La importancia dada a la feminidad podría ser una faceta más de la ideología de Akhenaton. La composición de la familia real amárnica es de por sí digna de atención; aparte de Akhenaton, el resto fueron todo mujeres [B.J.Kemp,1992].
Escenas que representan a Amenofis III como un corpulento hombre ya maduro, fueron encontradas en Tell el-Amarna cuando la joven pareja real aún no residía allí. Su traslado a la nueva capital de Egipto, Akhetatón (hoy el-Amarna), se realizó el año 6º del reinado de Akhenaton. Es posible por tanto, como sugirió Aldred, que ésta y otras esculturas indican que el faraón Amenofis III aún vivía en ese tiempo [Aldred,1988]. Aceptando esta tesis, el faraón Amenofis III, podría haber sido el padre de las seis hijas de su nuera Nefertiti y por este motivo, partidario e impulsor del liderazgo de Nefertiti, ante la enfermedad y deformidades de su hijo Akhenaton. También es posible que Nefertiti, se arrogara poderes políticos y religiosos ante la enfermedad de su esposo. Otros investigadores han razonado que, se pudo producir un cambio de nombre por parte de Nefertiti y que de ahí surgiera el nombre de Smenkhkaré, cuya existencia es cada vez más discutida [Sampson,1985].
Es muy significativo y esto corrobora la primera hipótesis que, al morir Amenofis III vemos como gradualmente Nefertiti fue perdiendo poder o cediéndoselo a su hija mayor Meritatón, cuya presencia en los actos públicos y en las inscripciones se incrementa, siendo muy probable que llegase a ser la nueva favorita de su padre.
Existe una representación de la princesa real Meritatón, que se encuentra en el Museo de El Cairo; en esta obra del arte amárnico en alabastro, se nos muestra la belleza heredada de su augusta madre. Otra posibilidad, ante ese alejamiento de la vida pública de Nefertiti, es que enfermara y perdiera la vista a una mediana edad. La ceguera, es el resultado de aquellos que miran directamente al sol en numerosas ocasiones; pero en cualquier caso, es seguro que sus días de mayor gloria fueron en su juventud. El famosísimo busto de Nefertiti del Museo Egipcio de Berlín, también parece apoyar esta hipótesis; su ojo izquierdo está en blanco. ¿No fue pintado? ¿Su busto está inacabado? ¿Padecía un glaucoma? ¿Estaba ciega?
Recientes investigaciones [Harris,1989], realizadas en la momia real encontrada en la tumba Nº 55 de El Valle de los Reyes, parecen confirmar que, otro joven de la realeza, presumiblemente un hermano de Tutankhamon, precedió a este faraón en el trono de Egipto. Esta tumba continúa siendo todavía un apasionante problema, hasta ahora indescifrable.
Otra mujer importante en la historia egipcia fue la reina Tawosret, Gran Esposa Real del faraón Seti II (1200-1194 a.J.C.) y tal vez también su hermana. Al morir Seti II, le sucedió el príncipe real Siptah (hijo de Seti II y de la Esposa Real Tiaa) que, aquejado de parálisis infantil, reinó sólo unos 6 años, muriendo aproximadamente a los 20 años de edad, soltero y sin hijos. Fue entonces cuando la reina viuda Tawosret, se apropió del poder y gobernó Egipto durante unos 2 años como reina-faraón, terminando con ella la XIX Dinastía.
Durante el 3º Período Intermedio, los faraones de las XXI, XXII y XXIII dinastías gobernaban desde el norte, pero tenían necesidad de tener representantes familiares de plena confianza en el sur que, políticamente hablando, era independiente bajo los sumos sacerdotes de Amón. Durante este período que comentamos, los faraones del norte delegaron frecuentemente en sus hijas la representación de su intereses en el sur del país. Así vemos como princesas reales se casaban con los sumos sacerdotes tebanos y se convertían en sacerdotisas-jefes de Amón-Ra, adoptando funciones religiosas oficiales reservadas a los reyes. Las hijas de estos matrimonios, asumían el antiguo título sacerdotal de Gran Esposa Divina del dios Amón. Numerosos beneficios acompañaban a este ilustre título: decretos con el nombre de, El Rey de los Dioses, fueron grabados en los muros de los pilonos 7º y 10º del templo de Karnak, confirmando los derechos en propropiedad, a estas esposas reales y concediéndoles además la deificación póstuma.
En el año ±715 a.J.C. Egipto fue invadido por los nubios comenzando la XXV Dinastía nubia o kushita, trayendo un período de paz al país del Nilo, aunque sufriera dos invasiones asirias que se extendieron hasta Tebas, donde los ejércitos de Assurbanipal (±669-631 a.J.C.), saquearon la ciudad en el año 667 a.J.C. llevándose valiosísimos tesoros de sus templos. Pues bien, incluso durante la invasión asiria, las mujeres mantuvieron su presencia como sacerdotisas-jefes en Tebas. Según los estudiosos del tema, este fenómeno se debe a que las Esposas Divinas de Amón, fueron verdaderas soberanas tanto en la región tebana como más al sur y fueron respetadas por los invasores.
Shepenupet I, hija de faraón Osorkón III de la XXIII Dinastía, fue instalada en Tebas con el viejo título de Gran Esposa Divina del dios Amón. A partir de este evento, las esposas divinas que no podían casarse y cuyo título se transmitía por adopción, fueron siempre miembros de la familia real y ostentaban la más alta jefatura religiosa del área de Tebas. Shepenupet I, fue forzada a adoptar a Amenardis I, la hija de Kashta, el primer rey nubio de Napata que era un ardiente seguidor del dios Amón. Bajo el reinado de su hijo y sucesor Piankhi, se produjo la adopción de Amenardis I. Cualquier princesa que fuese adoptada, recibía el título de Divina Adoradora del dios Amón y al fallecer su madrina de adopción y antecesora, obtenía automáticamente el título de Gran Esposa Divina del dios Amón. Curiosamente, Amenardis I, gobernó Egipto, junto con Shepenupet I, del año ±713 al ±698 a.J.C. Esto ha sido demostrado históricamente, aunque no se descarta que podrían haber sido algunos años más. Al llegar a ser Gran Esposa Divina, Amenardis I adoptó a Shepenupet II, que era la hija de su hermano Piankhi. Amenardis I dejó numerosos monumentos, incluyendo algunas esculturas de ella misma finamente talladas. En el Museo de Arte Joslyn de Omaha (Nebraska), se encuentra una de ellas y, aunque no es la más favorecida, recuerda mucho a las tradiciones artísticas del pasado. Amenardis I, es la famosa princesa Amnerdis de la ópera Aida de Verdi, cuyo libreto fue escrito por Augusto Mariette, el cual diseñó además todo su vestuario.
En el templo funerario de Ramsés III (1184-1153 a.J.C.), en Medinet Habu y en su extremo sureste de la muralla exterior, se encuentran una serie de capillas funerarias [Hoelscher,1954]; entre todas ellas la que mejor se conserva es la de Amenardis I, construida en piedra arenisca. Su decoración y figuras en fino relieve, han sido descritas por Aldred [Aldred,1980] como: "De clásicas proporciones y pureza de línea". Las inscripciones de Amenardis I, al igual que otras que llevaron el mismo título sacerdotal, la describen como, Señora del Alto y Bajo Egipto. A su muerte fue deificada.
Casi un siglo después del reinado de Amenardis I, un gobernante egipcio del norte, cuya base de partida fue la ciudad de Sais en el Delta occidental, contando con el apoyo de Asiria, dominó Egipto y fundó la XXVI Dinastía, llamada por eso saíta, en el año 664 a.J.C. Su nombre era Psamético y su joven hija llamada Nitocris fue adoptada en la colegiata de Divinas Adoratrices de Amón en Tebas. Una enorme estela de granito, al oeste de Karnak, documenta la entrada en Tebas del ya faraón Psamético I (664-610 a.J.C.) y la dotación, para ser dada a su hija, después de la muerte de aquellas que lo tenían, del título de Gran Esposa Divina del Dios Amón [Caminos,1964]; Nitocris vivió 70 años después de su adopción por la jerarquía eclesiástica. Adoptó a su sobrina Ankhes-Neferibré, la cual fue la última Gran Esposa Divina, pues perdió su poder en el año 525 a.J.C. como resultado de la conquista persa de Egipto.
No olvidemos, finalmente, la Época Ptolemaica con sus ambiciosas, crueles y famosas reinas Arsínoe II Filadelfo y Cleopatra VII Filopátor (51-30 a.J.C.), que fue la última reina del país nilótico.
Arsínoe II Filadelfo, era hija del rey Ptolomeo I Soter y de Berenice. Se casó con el rey Lisímaco de Tracia y más tarde hizo asesinar a su hijastro Agátocles. A la muerte de Lisímaco (281 a.J.C.), se casó con su hermano Ptolomeo II Filadelfo, rey de Egipto (que estaba casado con Arsínoe I, y a la cual Arsínoe II hizo desterrar). Es decir, fue reina de Tracia y de Egipto, utilizando su desmesurada ambición y malas artes.
Cleopatra VII Filopátor, tal vez la más conocida por todos, se casó con sus hermanos Ptolomeo XIII y posteriormente con Ptolomeo XIV a los que asesinó. Tuvo amoríos con Julio César, con el que engendró un hijo y al cual, le puso el nombre de Cesarión (Ptolomeo XV). La historia y la leyenda se mezclan y superponen, pero es bien sabido que fue una mujer muy . . . casquivana. Cleopatra VII era una mujer muy culta y dominaba varias lenguas, entre ellas el egipcio. Según varios historiadores, entre ellos J.Mª Blázquez, esta reina no era agraciada, pero tenía gran atractivo y poder de persuasión.
También Marco Antonio cayó en sus redes, pues lo utilizó para asegurarse el trono de Egipto, casándose también con él. Esta reina, según reza la historia-leyenda, se suicidó en el año 30 a.J.C. dejándose morder un pecho, por una cobra áspid.
Como estos monumentos y estatuaria nos han relatado y la arqueología moderna ha descubierto, hay muchas y variadas evidencias (amén de la documentación papirológica y de las pinturas) de que la mujer en el Antiguo Egipto gozó de una vida independiente, tuvo cargos con mucha autoridad y títulos muy importantes; algunas gobernaron como faraones e incluso, a veces, con mayor poder que el propio faraón, al ostentar el título de Gran Esposa Divina del dios Amón, con todo su inmenso poder y prerrogativas.