domingo, 29 de noviembre de 2009

JEROGLÍFICOS

Durante tres mil años, las palabras divinas, como llamaban los egipcios a los jeroglíficos, fueron inscritas en los muros de templos y tumbas para recordar las gestas de los soberanos y fijar los textos sagrados.
En una de las salas egipcias del Museo Británico, en Londres, se expone una curiosa pieza: un bloque de granito rectangular, con un orificio en el centro del que parten once canales tallados en la piedra, alrededor de los cuales aparecen decenas de signos jeroglíficos. Descubierta en 1805 por el conde de Spencer, éste la donó al Museo, pero su contenido sólo pudo conocerse tras el desciframiento de la escritura jeroglífica por obra de Jean-François Champollion, que tuvo lugar casi veinte años más tarde. El agujero central y los surcos hablan a las claras de su uso como piedra de molino en una época posterior a la que fue creada: la del faraón Shabaka (716-702 a.C.), rey de la dinastía XXV. Este soberano fue quien mandó inscribir lo jeroglíficos que, desgastados por el tiempo y por el uso, relatan la creación del mundo por Ptah, el gran dios de Menfis.
La piedra de Shabaka, como se conoce esta pieza, nos facilita uno de los documentos más expresivos sobre el carácter sagrado de la escritura para los antiguos egipcios. Así, podemos leer, por ejemplo, que: Según los pensamientos del corazón de Ptah y las palabras de la lengua de Ptah, los inocentes son liberados y los culpables son castigados, se concede la vida a los puros de corazón y la muerte a los necios. Según los pensamientos del corazón de Ptah, y las palabras de la lengua de Ptah, aparecieron todas las artes, fueron creadas todas las profesiones.
La palabra, pues, es el medio del que se vale la divinidad para su creación. Ptah concibe las cosas pensándolas con el corazón, el órgano del intelecto según los egipcios, y pronunciándolas con la boca. El corazón piensa el concepto, la forma; la lengua, al pronunciar estos conceptos, las infunde vida. Y la escritura jeroglífica los hace visibles: los jeroglíficos son mdw ntr, palabra de dios, como llamaron los egipcios a estos signos.
El jeroglífico es, pues, el lenguaje de los dioses. En tanto que expresión escrita original de lo sagrado, los jeroglíficos gozaron de una permanencia y una continuidad extraordinarias. Así lo demuestra, por ejemplo, la perdurable figura del sacerdote lector, encargado de recitar los textos sagrados. La traducción literal del nombre egipcio para este cargo es el que está bajo el rollo, es decir, el portador del rollo de papiro escrito y por lo tanto, el que conoce las palabras sagradas. Encontramos a este sacerdote representado con su rollo en los templos de las pirámides y en las tumbas de funcionarios de Imperio Antiguo, en el III milenio a.C., y seguimos encontrándolo, con los mismos ropajes y atribuciones, en templos de época grecorromana construidos tres mil años más tardes. El ritual sagrado no cambia, como tampoco cambian los textos sagrados, que al ser recitados por la persona adecuada tienen la fuerza mágica de hacer presente lo divino.
LA ESCRITURA INMUTABLE
Como vemos, en el ámbito religioso la transmisión de los textos rituales es asombrosamente fiel. Las copias del estilo son tan fidedignas que bloques con inscripciones jeroglíficas sacados de su contexto son difíciles de datar. Esta capacidad de permanencia se revela también en la piedra de Shabaka, la cual nos cuenta que los textos allí copiados procedían de unos papiros que, por su antigüedad, eran pasto de los gusanos. El lenguaje empleado ha hecho pensar que quizá se trate de una compilación de textos muy tempranos.
Para los monumentos en piedra se conservó siempre el realismo de las figuras originarias de la escritura de los jeroglíficos, que en su primer estado eran ideogramas, es decir, dibujos que expresaban una realidad. Más tarde, estas imágenes adquiriendo valor fonético. Por tanto, los signos jeroglíficos se leían, pero también podían ser apreciados como imágenes. Escrituras y arte se fundían, ya que para los egipcios no había una distinción clara entre escritura y arte figurativo. Con ello, la escritura jeroglíficas permaneció inalterable, pero se alejó de la lengua egipcia común, que evolucionó hacia nuevas formas de expresión y también de escritura.
SIGNOS SECRETOS
Los sacerdotes eran los guardianes de la escritura sagrada. Depositarios del culto divino, ellos eran (sobre todo a partir de la época grecorromana) los únicos capaces de leer y escribir jeroglíficos, unos signos cuyo número se multiplicó durante la Baja Época, sobre todo a partir de la conquista de Egipto por Alejandro Magno. Si el egipcio clásico del Imperio Medio, en el II milenio a.C., constaba de unos 750 signos, en época grecorromana se llegaron a emplear más de 5000. Entonces derivaron hacia una suerte de criptografía, un lenguaje secreto que sólo sus conocedores los sacerdotes podían interpretar.
¿Por qué se produjo esta evolución? Hay que tener en cuenta que con el dominio extranjero de Egipto, en especial a partir de la dinastía de los Ptolomeos (los sucesores de Alejandro Magno en el país del Nilo), se creó una capa social superior que arrinconó y apartó del poder a la antigua élite egipcia, de la que formaban parte los sacerdotes. Este cambio permite entender la complejidad que fueron adquirieron los jeroglíficos: la escritura jeroglífica se convirtió en un saber administrado por los sacerdotes, para quienes el monopolio de las relaciones con la divinidad compensaba la pérdida de poder político.
LAS TRES ESCRITURAS
A partir de la época ptolemaica, los sacerdotes usaron tres sistemas de escritura: el jeroglífico, en las inscripciones pétreas y con fines sagrados; el hierático, en los libros; y el demótico para usos cotidianos. A ellos se sumaba el griego, la lengua de los Ptolomeos, utilizada con fines administrativos. La existencia de varios sistemas de escritura del egipcio era el resultado de los tres mil largos años de pervivencias de este idioma, que conoció varias etapas evolutivas. Dado el carácter tradicional del mundo egipcio, en muchas ocasiones la lengua escrita no reflejaba la lengua hablada, como hemos explicado a propósito de los jeroglíficos, que en su etapa final estaban desvinculados por completo del lenguaje hablado.
Para referirnos a los diferentes sistemas de escritura egipcias seguimos utilizando el nombre que le dieron los griegos. Así sucede con la escritura jeroglífica, la escritura sagrada, que perduró desde los inicios de la lengua egipcia hasta su extinción, y fue la escritura por excelencia de los monumentos, de las inscripciones políticas y religiosas. Más tarde apareció la escritura hierática, o sacerdotal, una cursiva o simplificación de los jeroglíficos desarrollada por las necesidades de la vida cotidiana, básicamente usada para documentos civiles, religiosos y algunas obras literarias. Se escribía sobre papiros, tablas de maderas u ostraca (pieza de cerámica y lasca de piedras), y su desarrollo fue prácticamente paralelo a los jeroglíficos. Con la aparición de la escritura demótica, su empleo decayó y quedó restringido a textos religiosos o sacerdotales, junto con la escritura jeroglífica. En cuanto a la escritura demótica o popular, se podría definir como una cursiva de la escritura hierática. Difundida a partir de la dinastía XXV (siglos VIII-VII a.C.), fue la escritura usada en la vida corriente y pervivió hasta la época romana.
EL OFICIO DE REDACTAR
Existía un grupo social que compartía con los sacerdotes el dominio de la escritura: los escribas, que en su trabajo utilizaban el demótico. El uso de la escritura de Egipto se inició, como muy tarde, en época protohistórica (hacia 3300 a.C.), pero la figura del escriba consagrado a la redacción de texto apareció más adelante, cuando las labores administrativas se hicieron complejas y el cobro de tributos, el almacenamiento de cosechas y la distribución de estos bienes fueron confiados a funcionarios. En tiempos la dinastía V (III milenio a.C.), el archivo de Abusir da cuenta de la existencia de numerosos escribas ordenados en jerarquías.
Los escribas gozaron siempre de gran prestigio. Ellos eran los depositarios del saber y algunos incluso firmaban sus obras, algo que llama la atención en una sociedad donde quienes trabajaban con sus manos eran anónimos. Nos han llegado texto que ensalzan esta profesión, como la llamada Sátira de los oficios, fechada en el Imperio Medio (2040-1786 a.C.). En el texto un padre se dirige a su hijo, ridiculizando una veintena de oficios para resaltar las ventajas de ser escriba: Aplícate a los libros Mira, nada hay mejor que los libros. Voy a hacer que ames los escritos más que a tu madre, voy a presentar sus bondades ante ti.
Unas palabras sobre los beneficios del estudio que no resultar familiares siglos después de haber sido escritas.
Los escribas no estudiaban en escuelas semejantes a las actuales, ya que en el antiguo Egipto no había personas dedicadas exclusivamente a ejercer de profesores. A los aprendices, que iniciaban su educación a partir de los diez años, se les enseñaba a escribir y a calcular en los centros donde se practicaban estas disciplinas: las oficinas de la administración y los escritos de los templos, lugares conocidos como casas de la vida. Allí se aprendía a escribir por medio de textos que debían memorizarse. Quien los recordaba(o los guardaba en el corazón, como decían los egipcios) comprendía las palabras y las frases al tiempo que adquiría las concepciones culturales básicas. Así pues, al aprender a escribir se lograban determinados conocimientos, por lo que en cierto modo aprender a escribir era aprender a vivir.
LOS JEROGLÍFICOS ENMUDECEN
Cuando, en el siglo VI d.C., el emperador Justiniano mandó clausurar el templo de la diosas Isis en la isla de File, desaparecieron los últimos conocedores de la lengua egipcia y, con ellos, las personas capaces de desentrañar la escritura jeroglífica. Los autores griegos y latinos, y más tarde los padres de la Iglesia, creyeron que los jeroglíficos eran alegorías, es decir, representaban ideas y no sonidos. Ya en el siglo V, un autor egipcio llamado Horapolo había escrito un ensayo sobre los jeroglíficos que trataba la interpretación de éstos de manera alegórica y caprichosa. En el siglo XVII, el jesuita Athanasius Kircher, basándose en Horapolo, incurrió de nuevo en este error, y su sistema interpretativo trataba de nuevo los jeroglíficos de manera fantasiosa y simbólica.
Sólo en 1799, tras el hallazgo de la piedra de Rosetta –un decreto ptolemaico en escritura jeroglíficas, demótica y griega-, se comenzó a considerar la posibilidad de que los jeroglíficos fuesen traducible. Fue Jean-François Champollion quien, estudiando el texto de Rosetta, descubrió que la escritura jeroglífica era, a un tiempo, ideográfica y fonética (sus signos representaban imágenes y sonidos); y a él le cupo el mérito de su desciframiento, en 1822.
Habían pasado más de mil años desde que la civilización egipcia enmudeciera, y Egipto volvía a la vida merced a la magia de las palabras divinas. Los faraones habían alcanzado el propósito que perseguían al inscribir sus nombres y gestas en los muros de templos y tumbas: ser recordados por toda la eternidad.