Educada en una corte plagada de conspiraciones y asesinatos, la joven Cleopatra VII tuvo que aprender muy pronto a hacer frente a los peligros que la acechaban para lograr afianzarse en el trono. Para ello contó con la ayuda de la poderosa Roma.
En el año 80 a.C. estalló en Alejandría una revuelta popular contra el joven soberano de Egipto, Ptolomeo XI. Éste acababa de hacer asesinar a su esposa Cleopatra Berenice III, muy popular entre los alejandrinos, quienes inmediatamente se rebelaron contra el rey, lo arrastraron fuera palacio y lo lincharon en la plaza pública. La situación creada era extremadamente peligrosa, pues el faraón había llegado al trono gracias a la intervención de la todopoderosa Roma, y su muerte sin descendencia significaba que los romanos tenían derecho a anexionar el reino de Egipto, según el acuerdo al que habían llegado unos años antes con el padre del faraón asesinado. Los habitantes de Alejandría se apresuraron a elevar al trono a un miembro ilegítimo de la estirpe real, que gobernó como Ptolomeo XII junto a su esposa y probablemente hermana, Cleopatra V Trifena. Al principio, Roma no reconoció este nombramiento, pero Ptolomeo XII compró su aprobación con ingentes sumas de dinero, que recabó de prestamistas romanos. Con ese fin viajó a Roma en el 58 a.C., posiblemente en compañía de su hija Cleopatra, que entonces tenía unos doces años.
Ptolomeo XII, un político astuto
Los alejandrinos constituían una masa difícil de contentar, pero con gran capacidad de influencia en los asuntos de gobierno. Su apoyo era crucial para el mantenimiento del rey en el trono y ello explica la identificación de Ptolomeo XII con el dios griego Dioniso, asimilado con el dios egipcio Osiris y muy popular entre los ciudadanos de Alejandría. El rey, autoproclamado “Nuevo Dioniso”, impulsó el culto dionisiaco, consistente en festivales públicos y banquetes en los que la danza y el vino desempeñaban un gran papel, ligado a la fertilidad. El faraón participó activamente en estos ritos, y autores antiguos como Estrabón y Plutarco vieron en esta acción de Ptolomeo, eminentemente política y religiosa, un rasgo de degradación moral que le granjeó el despectivo apodo de Auletes, “el flautista”.
Lecciones sobre el poder
Durante el período que Ptolomeo XII pasó en Roma (58-55 a.C.), Egipto estuvo regido por su esposa Cleopatra V Trifena (o puede que por su hija Cleopatra VI). Cuando ésta murió, su hija Berenice IV se hizo con el poder real en solitario, tomó un marido a su conveniencia, Arquelao (tras haber probado brevemente a otro, que no le satisfizo y al que mandó eliminar), y ambos reinaron con el apoyo de los alejandrinos. Ello obligó a su padre a gastar aún en sobornos a Roma, hasta que consiguió el apoyo de Aulo Gabinio, el gobernador romano de Siria, para machar con un ejército a Egipto. Arquelao fue derrotado y muerto, Ptolomeo XII recuperó el trono y Berenice fue ejecutada junto a los alejandrinos más ricos que la habían apoyado (con lo que, de paso, el rey obtuvo dinero para saldar sus cuantiosas deudas).
Después del violento final de su hermana Berenice, Cleopatra, que contaba catorce años, fue nombrada corregente de su padre. Se mantuvo en ese papel hasta la muerte de Ptolomeo XII, acaecida en 51 a. C. En su testamento, el rey había nombrado sucesores, a la vez, a sus hijos Cleopatra y Ptolomeo, bajo la tutela y protección de Roma. Esta política y la complicada situación en Roma (donde el Senado temía que la anexión de Egipto rompiese el equilibrio de poder entre Julio César y Pompeyo, enfrentados uno al otro) lograron prolongar por un tiempo la existencia de la dinastía ptolemaica y la independencia de Egipto.
La nueva reina se hizo llamar Cleopatra VII Tea Filópator, “Diosa Amante de su Padre”, marcando distancia con la díscola Benerice; quizá la elección de este nombre se debiera a un afecto sincero hacia su progenitor, fruto de los años que había pasado junto a él en Egipto y en Roma. Del difícil período que su padre atravesó mientras estaba en esta ciudad (cuando se produjo la usurpación de Berenice), Cleopatra debió de extraer lecciones para el futuro. Una de ellas fue, sin duda, la importancia de contar con el apoyo de Roma para mantenerse en el trono. La otra, la desconfianza hacia sus familiares más próximos.
Respecto de la primera lección, Ptolomeo XII tenía plena conciencia de que en su mundo había una única superpotencia, Roma, y de que la única posibilidad de mantener una cierta autonomía, si no independencia, para Egipto residía en volver interesante o atractivo para Roma el mantenimiento de esta ambigua independencia egipcia.
Cleopatra aprendió bien esa lección de su padre, e intentó llevarla a la práctica mediante un proyecto infinitamente más ambicioso y arriesgado: utilizar todas las armas de seducción a su alcance para conseguir una alianza dinástica entre las dos naciones, que situaría a Egipto en un plano de igualdad con la infinitamente poderosa Roma.
Tan desmesurado plan estuvo a punto de alcanzar el éxito en dos ocasiones, cuando Cleopatra se unió a Julio César y, más tarde, con Marco Antonio. Al final fracasó, pero la actuación de la reina tuvo repercusiones profundas en los vencedores. En efecto, los primeros emperadores de Roma, miembros de la familia Julio-Claudia, siguieron el modelo de las monarquías helenísticas, surgidas del imperio de Alejandro Magno, sobre todo en su versión egipcia: por una parte hicieron de Roma una émula de Alejandría (con grandes bibliotecas, lujosos palacios, mausoleos dinásticos, obeliscos, templos a los dioses egipcios); por otra parte, los soberanos se convirtieron en dignos sucesores de los Ptolomeos por lo que se refiere a la glorificación de su dinastía, al impulso que confirieron a las artes y los espectáculos, y a las intrigas familiares( incestos y matricidio incluidos) características de los faraones de Alejandría.
Además de la importancia de Roma, Cleopatra tuvo muy clara la segunda lección aprendida de Ptolomeo XII: la necesidad de precaverse de su propia familia. Tras la muerte de su padre intentó controlar a su hermano Ptolomeo XIII, aún un niño, con quien debía compartir el trono, y empezó a gobernar en solitario, ignorándolo. Pero esto irritó a una facción de la corte, encabezada por el eunuco Potino, quien urdió un complot contra Cleopatra que la obligó a exiliarse a Siria en 49 a.C. Allí reunió un ejército para recuperar el poder, como había hecho su padre; y, como éste había hecho con Gabino, ella recabó con tal fin el apoyo de un general romano: Julio César (para lo que recurrió a su capacidad de seducción).
El comienzo de una leyenda
César convocó a los dos hermanos a Alejandría para dirimir el conflicto. Los partidarios de Ptolomeo intentaron evitar que Cleopatra acudiera a la cita, pero ella consiguió burlarlos: regresó de incógnito a la capital y, oculta dentro de una alfombra, logró llegar ante César; así lo refiere Plutarco, en una historia bien conocida. A partir de ese momento, la vida de Cleopatra se confunde con su leyenda. Comenzaron las relaciones entre la reina y César, y la guerra entre el caudillo romano y Ptolomeo XIII. El faraón pereció durante la contienda y Cleopatra se casó con su otro hermano Ptolomeo XIV, pero antes de que éste alcanzara una edad que pudiera hacerlo peligroso, lo hizo asesinar. Entonces nombró corregente a Cesarión, el hijo que había tenido de César, que reinó con el nombre de Ptolomeo XV y a quien Cleopatra, en su condición de madre divina -se había asimilado a la gran diosa Isis-, mantendría en estado de continua inferioridad. Así, pues, cuatro Ptolomeos (su padre, sus dos hermanos y esposos, y su hijo) compartieron el trono con Cleopatra, pero ella siempre procuró conservar el poder, respondiendo o anticipándose a la posibilidad de sr víctima de su rivales.
Entre la ambición y la sensatez
No conocemos bien las acciones de Cleopatra como reina de Egipto, pero en todo caso sugieren una política sensata e inteligente; quizá durante el período de corregencia junto a su padre empezó a adquirir las cualidades que demostró más tarde, durante su gobierno. Intentó restablecer la maltrecha economía egipcia con una política monetaria de devaluación y creación de nuevos tipos de monedas de bronce. Entregó al procónsul de Siria a los culpables del asesinato de sus dos hijos, que habían sido enviados como emisarios a Alejandría. En el ámbito religioso, continuó la construcción y restauración de los templos iniciada por su padre. De todos ellos, el de Hathor en Dendera es el que mejor transmite el testimonio de su intervención en este campo: en aquel recinto, representaciones suyas como faraón decoran los muros. Y quizá no es casualidad que el culto practicado en Dendera estuviera estrechamente relacionado con la curación de enfermedades.
No sabemos con seguridad si la imagen de Cleopatra como erudita y fascinada por la ciencia, que podemos rastrear hasta la Edad Media, tiene fundamento histórico. En todo caso, es bastante probable que su educación fuera esmerada y extensa. En su corte había científicos importantes, como el astrónomo Sosígenes de Alejandría, a quien César consultó para su reforma del calendario, que es la base del nuestro. Y se atribuye a Cleopatra un tratado sobre cosméticos. Plutarco cifra su legendario poder de seducción no tanto en la belleza física como en su inteligencia y dotes de conversación, y nos transmite una valiosa información en tal sentido: sus prodigiosos conocimientos lingüísticos. De entre las ochos lenguas que el autor griego asegura que la reina dominaba (a las que probablemente hay que añadir el latín), una llama especialmente la atención: el egipcio. a sus múltiples y remarcables cualidades, pues, Cleopatra añadía una que la hacía única entre todos los miembros de la dinastía ptolemaica que la habían precedido durante tres siglos. Podía hablar la lengua de la mayoría de sus súbditos.