jueves, 1 de septiembre de 2011

SALE A LA LUZ LA SEGUNDA BARCA DEL FARAÓN KEOPS

Tras casi cinco mil años sepultada al pie de la Gran Pirámide de Gizeh, la segunda barca solar del faraón Keops, de la dinastía IV(2613-2494 a.C.), ha empezado a salir a flote. Ello ha sido posible gracias al trabajo de un grupo de arqueólogos egipcios y japoneses que a finales del pasado mes de junio levantaron uno de los bloques de piedra que la cubrían, dando los primeros pasos del proyecto de extracción y montaje de esta monumental embarcación.
La nave, de madera de cedro del líbano y acacia egipcia, ya había sido localizada en 1954 junto a la primera barca solar del faraón, que hoy se exhibe montada en el Museo de la Barca, en Gizeh, junto a la Gran Pirámide. los arqueólogos decidieron entonces no retirar los bloques de hasta dieciséis toneladas que cubrían la segunda embarcación para no dañarla. Por fin, en 1987 un grupo de investigadores de la universidad japonesa de Waseda comenzó a estudiar la fosa mediante el empleo de ondas electromagnéticas y de sondas para tomar muestras de la madera.

UN NAVÍO PARA LA ETERNIDAD
En 2008, arqueólogos egipcios y japoneses retomaron la investigación e introdujeron una pequeña cámara en el foso donde reposaba la barca para comprobar el estado de la madera. El resultado indicó que las piezas se hallaban muy deterioradas debido a filtraciones de agua y a la acción de los insectos. Pero la retirada del primer bloque de piedra ha revelado que la madera está en unas condiciones bastante buenas, lo que hace más plausible pensar en la restauración y el montaje de la nave. Tras este complicado proceso, que tendrá una duración de cuatro años, las dos barcas de keops se exhibirán en el Gran Museo Egipcio, cuya inauguración está prevista para el año 2015 en la llanura de Gizeh, junto a las pirámides.

lunes, 21 de marzo de 2011

LA MAGIA EN LA VIDA DIARIA DE LOS ANTIGUOS EGIPCIO

















































Un gato negro se nos aparece en el camino y rápidamente cambiamos de ruta para no cruzarnos con él; nos topamos con una escalera abierta en medio de la calle con espacio suficiente para pasar por debajo y damos un amplio rodeo para evitarla; se derrama la sal en la mesa y de inmediato cogemos un pellizco, que termina en el suelo a nuestra espalda arrojado sobre nuestro hombro derecho… Como éstas hay otros miles de supersticiones más que muchos conocen y algunos, incluso, se creen.
Si esto sucede en nuestra sociedad moderna y científica, ¿qué no acontecería en el antiguo Egipto, donde las partes incomprensibles del mundo físico sólo cobraban sentido gracia a los mitos y la magia?
La escasez de documentos, sin embargo, nos dificulta saberlo. En el antiguo Egipto, como ahora, las supersticiones pertenecían sobre todo al mundo de la transmisión oral, y no son muchos los fragmentos escritos o físicos que nos han quedado de ellas.
Miles de amuletos
Las pruebas más evidentes y abundantes de estas prácticas supersticiosas las encontramos en los innumerables amuletos de todo tipo que aparecen por doquier en Egipto, en estratos que van desde el período predinástico hasta la Baja Época; son tantos que en algunas clasificaciones podemos encontrar hasta 275 tipos diferentes.
El objetivo del amuleto es ofrecer a su portador seguridad contra algún tipo de amenaza. En algunas ocasiones puede ser algo concreto, como un trabajador que se marcha al desierto y teme ser mordido por una serpiente o picado por escorpión; en otros se trata de un amuleto contra las desgracias en general, desde el miedo por una mala caída a la rotura de un hueso, pasando por el temor a que un espíritu malvado nos provoque un aborto. En muchas ocasiones, la forma del amuleto tiene que ver con un mito, que es el que le otorga su valor y capacidad protectora. Por ejemplo, llevar un loto -una flor que durante el día flota plácida sobre la superficie del agua y por las noches se cierra y se sumerge en las profundidades- implicaba llevar consigo la capacidad para renacer una y otra vez.
Algo más de fortuna tenemos con la magia y el modo en que los egipcios la utilizaban, pues aparece en una amplia variedad de documentos: papiros médicos estelas funerarias, textos religiosos… En ocasiones, el detalle de estos textos es tal, que incluso nos permite conocer el ritual seguido, el material empleado y las palabras pronunciadas para asegurarse de que la magia tuviera lugar y fuerza eficaz.
Vudú a la manera egipcia
Sobre los malos usos de la magia tenemos un ejemplo perfecto. Está recogido nada menos que en un papiro donde se conservan las actas del juicio seguido contra los protagonistas de la conjura que casi termina con la vida del faraón Ramsés III. El objetivo era poner en el trono al hijo de una de las esposas secundarias del rey, la cual consiguió organizar desde el harén una trama magnicida en la que implicó a muchos notables de la corte.
Como el intento de magnicidio contra Ramsés III no tuvo éxito, los conspiradores fueron arrestados y sometidos a juicio. Sus declaraciones dejan bien claro que para triunfar utilizaron todos los medios a su alcance, incluido lo que hoy llamaríamos magia negra; con el objetivo de poder distraer y debilitar a los guardianes del faraón, uno de los conjurados fabricó unas figuritas de vudú, acompañadas de algunos conjuros escritos y de varias pócimas malignas. El papiro Rollin conserva su declaración: <>. No cabe duda de que resultaron efectivos, porque el magnicidio sólo se descubrió cuando los conjurados atacaron físicamente al soberano de las Dos Tierras.
Este mismo papiro nos permite comprobar también el poder mágico que los egipcios otorgaban a la palabra escrita, capaz por sí sola de asegurar el ostracismo eterno de una persona. El acusado que guardó las figuritas de cera se llamaba Pay-Bak-Kamen, nombre que significa <>. Como podemos comprender, éste no era su nombre real, sino una modificación malvada del mismo, que casi son seguridad originalmente era <>. Como poner por escrito el nombre de alguien significaba que su recuerdo y su persona vivirían por toda la eternidad, escribir su nombre en un documento para después juzgarlo y condenarlo a muerte era una contradicción. La solución al dilema fue rebautizar al reo con un nombre ignominioso, que al tiempo que lo condenaba al ostracismo eterno permitía guardar las formas administrativas.
Los poderes del faraón
Dado que su obligación era la de mantener el orden del mundo, la maat, e impedir que el caos se adueñara de todo, el mismo faraón usaba las artes mágicas para debilitar y atacar a su enemigos a distancia. Es lo que se conoce como rituales de execración. Y cabe pensar que, en circunstancias especiales, eran realizados personalmente por el rey. Es el mismo tipo de ideología que nos permite ver al soberano, en las fachadas de los pilonos de los templos, machacar con una maza a los enemigos que tiene a sus pies y agarrados por los cabellos. El poder de esta magia a distancia fue tal que terminó siendo incluida en los Textos de los ataúdes, con el objetivo de que los enemigos del difunto no le impidieran acceder al más allá: <>.
Magia y medicina
Por fortuna, la magia egipcia no sólo era utilizada para causar mal a alguien. En realidad, prácticamente siempre se empleaba para justo lo contrario, como vemos en los papiros médicos. En ellos la magia es un elemento más del proceso curativo, que funciona al equiparar un episodio acaecido en el mundo divino con lo que está sucediendo en el mundo mortal, donde gracias al ensalmo se espera conseguir el mismo resultado que en el caso de los dioses. Un ejemplo del Papiro Edwin Smith: <>.
Otro uso igual de benigno de la magia fue el de conseguir los afectos de la persona amada. Este tipo de hechizos de amor son más conocidos en época ptolemaica y romana, pero por fortuna conocemos uno de época faraónica (conservado en el Ostracon DM 1057). El texto transcrito en este documento reza así:
<< ¡Salve, Re-Horakhty, padre de los dioses! ¡Salve, Siete Hathor que estáis adornadas con banda de lino rojo! ¡Salve, dioses, señores del cielo y la tierra! Vamos, haced que… (Aquí se escribe el nombre de ella), nacida de…(sigue el nombre de sus padres) venga detrás de mí como una vaca tras el forraje; como una sirvienta tras sus hijos; como un pastor tras su rebaño. Si ellos no hacen que venga detrás de mí, prenderé fuego a Busiris y quemaré a Osiris>>.
No sabemos si el hechizo fue efectivo o no, pero desde luego nos ofrece una imagen muy vivida de los egipcios, volviéndolos menos enigmáticos y mucho más mundanos, a pesar de la magia que los rodeaba.

sábado, 20 de noviembre de 2010

EL ESPLENDOR DEL IMPERIO MEDIO

Hacia el año 2061 a.C., Mentuhotep II, rey de Tebas, derrotó a sus enemigos y amplió su poder a todo Egipto. Empezaba así una de las épocas más gloriosas de la historia faraónica.
Cada ciudad dice: ¡Expulsemos a los poderosos que están entre nosotros! Hete aquí que aquel que estaba enterrado como Halcón (el rey) es arrancado de su sarcófago. El secreto de las pirámides es violado. Hete aquí que unos pocos hombres sin leyes han llegado hasta el extremo de dejar tierra sin realeza. Este dramático pasaje del texto conocido las lamentaciones de Ipu-ur refleja el ambiente que se vivía en Egipto a inicios del Primer Periodo Intermedio, cuando se quebró la autoridad de los reyes del Imperio Antiguo: revueltas, pérdida del poder por parte de los faraones, saqueos… Hacia 2170 a.C., los monarcas, los poderosos gobernadores de las provincias, se habían convertido en los verdaderos dueños del país. Pronto descollaron dos de ellos: los de Heracleópolis y Tebas, que dieron lugar a sendas casas reales. De este modo, los soberanos de las dinastías IX y X controlaban el Bajo Egipto desde Heracleópolis, mientras que los de la dinastía XI señoreaban el Alto Egipto desde Tebas. Por fin, el rey tebano Mentuhotep II se impuso y hacia 2061 a.C., unificó el país, proclamándose soberano del Alto y Bajo Egipto. Con él se inició una época de esplendor en todos los campos, que sería recordaba durante largo tiempo: el Imperio Medio. Tradicionalmente se ha considerado que este período se corresponde con las dinastías XI y XII, aunque últimamente se tiende a incluir en él a parte de la dinastía XIII.
Aunque el Egipto reunificado parecía haber superado los trastornos del Primer Periodo Intermedio, los faraones tomaron diversas medidas para fortalecer el poder real. La primera fue la adopción de la corregencia: el rey, en vida, asociaba a su heredero al gobierno. Con ello se querían evitar las luchas por el trono a la muerte del soberano. El sucesor solía desempeñar el cargo de general y se ocupaba de las campañas militares, como muestra la historia de Sinuhé, un famoso texto literario en el que Sesostris I aparece asociado al faraón Amenemes I:
Los faraones recuperan su poder
La segunda medida para reforzar la autoridad del faraón sobre todo Egipto fue la centralización administrativa del país mediante las figuras del visir y los gobernantes reales. De esta manera, se pretendía poner fin a la acumulación de poder en manos de los monarcas, que había llevado a la desaparición del Imperio Antiguo. Con tal objetivo, a los ya existentes
Gobernadores del Alto y Bajo Egipto, Sesostris III agregó otro más: el de Elefantina –Nubia; todos ellos rendían cuentas al visir, el ministro principal del faraón.
Como tercera medida para medida para robustecer su autoridad, los reyes procuraron cambiar el centro de gravedad del país, en busca de un contrapeso a los focos de poder ya establecidos. Para ello, trasladaron la capital e impulsaron el desarrollo de El Fayum, un gran oasis. Con el inicio del Imperio Medio, Tebas, la cuna de los faraones de la dinastía XI, se convirtió en una nueva residencia real en detrimento de la antigua capital, Menfis. Pero Amenemes I movió de nuevo la capital, esta vez a Ittauy, en la zona de El Fayum, a unos 400 kilómetros al norte de Tebas; Sesostris II procedió a otro traslado, instalándose en il-lahun, también en El Fayum. El cambio de emplazamiento pretendía evitar la acumulación de todo el poder político y religioso en una misma ciudad. Además, tal decisión consagraba la ruptura con la historia reciente del país: el rey se alejaba de la influencia de los monarcas del Alto Egipto cuyas notables tumbas en Beni Hasan Hablan a las claras de su poder.
Con el traslado de la capital al oasis de El Fayum, los faraones de la dinastía XII acometieron un ambicioso programa de irrigación para explotar y ampliar los recursos agrícolas de la zona y poder alimentar a la numerosa población que se trasladó hasta allí. Se creó un sistema de canales para regular la entrada de agua del Nilo en el oasis que dista unos 30 kilómetros del rio, y se construyeron ciudades de una nueva planta como Kahun, edificada por orden de Sesostris II para albergar a los obreros que construían las tumbas de la cercana necrópolis real de il-Lahun.
El restablecimiento del orden interno en Egipto pasó también por la expulsión de los enemigos que se habían introducido en el país: los nómadas libios, al norte, y los nubios del reino de Kush , al sur. A ello dedicó buena parte de sus energías el primer rey del Imperio Medio, Mentuhotep II.
Fortalezas al sur y al norte
Mentuhotep II no sólo expulsó de Egipto a los invasores, sino que, para asegurarse el control de Nubia –que se había perdido durante el Primer Período Intermedio-, edifico una serie de fortalezas que llegaban hasta la segunda catarata, en la frontera meridional de Egipto. Las fortificaciones, construidas en islas del Nilo y en promontorios junto al rio, aseguraban el tránsito de personas y mercancías por barco. Por su parte, Amenemes I levantó el llamado Muro del Príncipe, una cadena de fortalezas en la zona del Delta, al norte, con el objetivo de controlar los movimientos de los nómadas asiáticos.
La actividad bélica de los reyes del Imperio Medio culminó con Sesostris III, también de la dinastía XII, que reforzó la frontera meridional de Egipto en la segunda catarata con una serie de fortificaciones y realizó ocho campañas militares en Nubia, donde, para atemorizar a sus enemigos, mando erigir estelas que conmemoraban sus hazañas. El texto de una de ellas, que ha llegado hasta nosotros, muestra la satisfacción del soberano por el éxito alcanzado: “yo he establecidos mi frontera más al sur que las de mis padres. He incrementado lo que se me había legado”. En el norte, Sesostris III también fue más allá que sus predecesores: además de luchar contra libios y beduinos, emprendió la única campaña ofensiva del Imperio Medio en Asia, contra la ciudad de Sekmen, en el corazón de Palestina.
La decidida intervención militar de los faraones había dado sus frutos: al sur no sólo habían detenido las incursiones de los nubios, sino que habían devuelto a Egipto el control de las importantes minas de oro de Nubia, mientras que en Asia habían restablecido el dominio egipcio sobre la zona del Sinaí y sus minas de turquesas y cobre.
Las relaciones con el exterior
Las relaciones de Egipto con el exterior no se circunscribieron a la esfera militar. La actividad comercial tuvo gran importancia: son muchos los productos manufacturados egipcios que encontramos en la zona del mar Egeo, como sucede con la isla de Creta, y en el Próximo Oriente, por ejemplo, en Biblos, en la costa del actual Líbano.
Pero las relaciones con el exterior no se limitaban a los contactos comerciales: también comportaron movimientos migratorios. Durante el Imperio Medio empezó a llegar a Egipto mano de obra extranjera, como prueba la tumba del monarca Cnumhoptep en Beni Hasan. En su decoración aparece una caravana de asiáticos con sus familias entrando en Egipto de manera pacífica. Su destino era el Delta, donde los faraones construían diversos dominios rales y necesitaban mano de obra barata. Este contingente de procedencia asiática se iría infiltrando en todas las capas de la sociedad hasta alcanzar su cúspide en tiempos de los faraones hicsos, los reyes asiáticos de la dinastía XV.
La supremacía del Dios Amón
Para los egipcios, el nombre del faraón desvelaba aspectos de la política que éste llevaría a cabo, o su inclinación religiosa. Mentuhotep, “Montu está satisfecho”, el nombre de los primeros faraones del Imperio Medio, nos habla de los orígenes de la dinastía XI. Montu, de quien eran devotos, era un dios guerrero de la ciudad de Tebas, que estos reyes convirtieron en la capital de Egipto.
Pero Montu fue desbancado muy pronto por otra divinidad de carácter oculto, cuya visión estaba vedada al común de los egipcios. El dios Amón, que la dinastía XII adoptó como protector de la monarquía y al que convirtió en el dios nacional de Egipto. Montu fue relegado a segundo plano, y se empezó a construir el gran santuario de Amón en Karnak. Del reinado de Sesostris I data la construcción más antigua que se puede observar en dicho recinto: la capilla Blanca, destinada a albergar la barca portátil de Amón, utilizada durante las procesiones de esta divinidad. Mientras florecía el culto a Amón en Karnak, se erigía otro centro religioso en Abydos, a unos cien Kilómetros al norte de Tebas, como lugar de culto al dios funerario Osiris. Durante el Imperio Medio, el culto a esta divinidad del Más Allá conoció un gran auge, estrechamente vinculado con la llamada “democratización del Más Allá”, el fenómeno más interesante que registra el Imperio Medio en el campo de las creencias religiosas. Durante el Imperio Antiguo, sólo los miembros de la familia real y de clases superiores podían gozar de vida después de la muerte, la tumba, el ajuar funerario y los textos religiosos eran la garantía de supervivencias en la vida de ultratumba. Pero el Imperio Medio cualquier persona que contara con la protección que brindaba las fórmulas mágicas y religiosas de los llamados Textos de los Sarcófagos podía aspirar a la otra vida; estos escritos fueron llamados así porque se inscribían en el interior de los sarcófagos rectangulares de madera típicos de la época.
¿Y cómo accedían los soberanos a la vida de ultratumba? Desde el comienzo del Imperio Medio, los faraones quisieron reforzar los lazos con sus antecesores, para lo que imitaron las costumbres antiguas. En este caso, los soberanos construyeron pirámides como lugar de reposo eterno, al igual que habían hechos los reyes del Imperio Antiguo. Pero el material y las técnicas que se emplearon eran diferentes; se utilizó principalmente el adobe, que no es tan resistente como la piedra. El resultado fue la destrucción de la mayoría de las pirámides de este período, de las cuales tan sólo se conserva el núcleo y parte de su revestimiento de piedra caliza. Además, el aumento del nivel de la capa freática ha dañado irreversiblemente estas estructuras e impide el acceso a su interior.
La incógnita final
El Imperio Medio fue una época de gloria para Egipto, durante la que el país recobró el impulso que había conocido en el Imperio Antiguo. Pero el final de este período es mal conocido. El último faraón de la dinastía XII fue una mujer, Sobekneferure. Siguió la dinastía XIII, en la que se sucedieron unos 60 reyes que reinaron sobre la mayor parte de Egipto –aunque quizás no lo gobernaron- hasta que la unidad del país del Nilo se quebró definitivamente hacia 1644 a.C. con la llegada al poder de los faraones extranjeros: los hicsos.

viernes, 17 de septiembre de 2010

ALINEACION DE PIRAMIDES Y ESTRELLAS

No cabe duda de que las estrellas desempeñaron un importante papel en la antigua religión funeraria egipcia. En muchos de los Textos de las Pirámides se encuentran referencias al firmamento nocturno y las estrellas, las cuales se hallan inscritas en las pirámides reales del tardío Imperio Antiguo, mientras que los nombres de ciertos dominios reales del primer período dinástico, como el de Jasejemuy, “denominado Horus, la Estrella de las Almas”, sugieren que las estrellas debieron de haber sido relevantes en la religión funeraria incluso en tiempos anteriores. También pueden encontrarse referencias a las estrellas en un piramidión de Amenemes III originario de Dahshur, que muestra que las asociaciones estelares de las pirámides continuaron al menos hasta finales del Imperio Medio, y por lo tanto son aplicables a todas las fases de la construcción de pirámides reales.
La existencia de elementos estelares en la religión funeraria está ampliamente aceptada en la egiptología, pero es discutible hasta qué punto ello se refleja en el diseño de las pirámides. Recientemente, esto se ha convertido en materia de mucha controversia, y se han publicado varios populares libros que explotaran el vínculo entre pirámides y estrella.
Las teorías que asocian el diseño de las pirámides con las estrellas
Tienden a centrarse en las construcciones de la dinastía IV, ya que son las que mejor se conservan y, por tanto, las más conocidas, y también suelen ser las mejor estudiadas y documentadas. Sin embargo, hay muchas pirámides reales en Egipto, y las teorías más convincentes son las que pueden aplicarse como mínimo a un grupo significativo de pirámides pertenecientes al mismo período. Dada la ausencia de pruebas textuales que expliquen con detalle las practicas astronómicas de la época, resulta extremadamente difícil corroborar cualquier teoría: la probabilidad depende de lo bien que encaje la teoría con las pruebas y el contexto. Las tres principales áreas de discusión, en orden de probabilidad, son: la alineación de las bases de las pirámides con los puntos cardinales mediantes las estrellas; la alineación de los huecos de la Gran Pirámide como el punto culminante de ciertas estrellas, y la llamada “teoría de la correlación de Orión”, que interpreta la distribución de las tres pirámides de Guiza como la representación en un plano de las tres estrellas del cinturón de Orión.
La alineación de las bases de las pirámides según las estrellas
La mayoría de las pirámides están alineadas con los puntos cardinales con total precisión. Las que están alineadas con mayor exactitud son las de la dinastía IV, cuyos lados divergen de los puntos cardinales sólo por fracciones de un grado, pero las pirámides posteriores no están orientadas de forma tan precisa. Parece probable, pues, que el método de orientación estelar se usara como mínimo en la dinastía IV, porque éste habría logrado mayor precisión que un método solar y, por lo tanto, encajaría mejor con las pruebas acerca de esta gran exactitud.
Se han propuesto varios métodos estelares distintos y la opinión se halla dividida acerca de dichos métodos. Muchos de ellos emplean una o más de las estrellas circumpolares o septentrionales. En la época en que se construyeron las pirámides, ninguna estrella señalaba con exactitud la posición del polo norte celeste, de modo que la observación de una sola estrella no podría haber dado resultados precisos. Otros métodos implican bisecar el ángulo entre dos puntos situados a la misma altura o bien las posiciones más al este y al oeste en la trayectoria de una única estrella, ambos capaces de producir gran precisión. Otra posibilidad es que para la orientación se pudieron haber elegido dos estrellas situadas en lados opuestos del polo y alineadas en un plano vertical. Al desviarse lentamente la posición del polo celeste con el paso del tiempo a causa de la precesión de los equinoccios, este método resultaría en una correspondiente desviación lenta de la precisión de la orientación de las pirámides. Y de hecho, éste parece ser uno de los rasgos de las alineaciones de las pirámides de la dinastía IV, lo cual respalda a este método.

Los huecos estelares de la gran pirámide
En la gran pirámide de Quéope, en Guiza, cuatro pequeños huecos, aproximadamente 20cm, llevan hacia arriba en un ángulo que empieza en los muros norte y sur de la Cámara del Rey y de la llamada “cámara de la reina”. Estos se han interpretado tradicionalmente como huecos de ventilación, pero el descubrimiento de una puerta que bloquea uno de los huecos y el hecho de que otras pirámides no contengan aberturas similares hacen que esa función sea poco probable. La especulación sobre si los pasadizos de esta pirámide se orientaban hacia las culminaciones de ciertas estrellas se remonta, al menos, al siglo XIX. Las investigaciones llevadas a cabo por Alexander Badawy y Virginia Trimble en la década de 1960, actualizadas por Robert Bauval, sugieren que estas pequeñas aberturas están alineadas con las culminaciones de Sirio, orionis , Dracois la estrella más cercana al polo celeste en esa época y la osa menor. Dracois y Sirio fueron de incuestionable importancia para los antiguos egipcios, al igual que lo fueron las constelaciones de Orión y de la Osa Menor.
Aunque el debate sobre la naturaleza de estos huecos sigue siendo virulento, y un reciente intento de descubrir lo que yace tras la “puerta” resultó inconcluyente, cada vez más egiptólogos aceptan que tal vez estuvieran alineados con las culminaciones estelares.

La teoría de la correlación de Orión
En su libro El misterio de Orión: el histórico descubrimiento de la claves que explican el enigma de las pirámides, publicado en 1994, y en una serie de artículos relacionados, Robert Bauval propuso que la distribución de las tres pirámides de Guiza, Quéope, Quefrén y Micerino representaban las tres estrellas del cinturón de la constelación de Orión. Pero esta idea, a pesar de haber cautivado la imaginación del público y avivado un debate muy acalorado, no está aceptada por los egiptólogos.
Hay muchas razones por las que esta teoría es poco probable que sea correcta, de las cuales sólo pueden mencionarse aquí unas pocas. Con toda seguridad, la más fundamental es que la aparentemente importante distribución diagonal de las tres pirámides puede explicarse fácilmente mediante consideraciones pragmáticas. Una combinación de la topografía de la zona con la necesidad de que cada una de las pirámides se orientara al norte para tener una vista clara de las estrellas septentrionales explica la posición de las pirámides,

¿Por qué estaban las pirámides alineadas con las estrellas?
La alineación de la base de las pirámides mediante las estrellas septentrionales aseguraba que estuvieran orientadas hacia el polo celeste el punto invisible en el cielo que parecía gobernar el movimiento de las estrellas y otros cuerpos celestes. Los pasadizos de entrada y salida de todas las pirámides hasta el Imperio Medio también se dirigían hacia la región circumpolar norte. Los huecos de la gran pirámide parecen estar hechos para proveer de una simbólica ruta de salida al espíritu del rey difunto, dirigiéndole hacia ciertas estrellas o constelaciones con las que esperaba ser relacionados tras su muerte. La alineación de las pirámides con las estrellas proporcionaba, por tanto, un vínculo entre el lugar de entierro terrenal del rey y el reino celestial en el cual éste pretendía pasar la eternidad en compañía del sol, las estrellas y los dioses.

miércoles, 4 de agosto de 2010

TEMPLO DE LUXOR II









EL TEMPLO DE LUXOR, JOYA DEL NILO

El harén del sur de Amón. Así se llamó el recinto sagrado que se convertiría en el modelo de los futuros templos egipcios. Construidos a orillas del Nilo, recibía cada año la visita del divino Amón que, procedente del vecino templo de Karnak, reposaba aquí durante unos días. La estancia del dios en Luxor aseguraba una buena cosecha y la prosperidad del país.
El Nilo discurre plácidamente por su anchuroso cauce. En su orilla occidental, tras la fina línea verde de cultivos y árboles que beben de su corriente, se yerguen los escalpados acantilados rojizos que protegen los dominios de Osiris, dios de los muertos. Allí, tras las peñas que desde la lejanía cortadas a pico, se encuentran los valles donde recibieron sepultura los soberanos de Egipto y sus esposas. La árida majestad de esta ribera contrasta vivamente con las vastas construcciones que se yerguen en la orilla oriental del gran río. Hoy como ayer, las embarcaciones hienden suavemente la mansa superficie del agua hacia las portentosas columnas del templo de Luxor, que revelan sus imponentes dimensiones a medida que se reduce la distancia entre sus moles y el observador. Estamos en la ciudad que los egipcios llamaron Waset, y los griegos Tebas. En la capital del antiguo Egipto.
Una y otra orilla nos hablan de las enormes diferencias entre templos levantados con distintas funcione, aunque todos ellos sean el resultado de un portentoso esfuerzo constructivo. En efecto, poco tiene que ver los templos funerarios que –como el que en Deir el-Bahari edificó la reina Hatshepsut- se alinean en la orilla occidental tebana, la tierra de Osiris, con los erigidos en la ribera oriental. En el templo funerario se rendía culto al ka o espíritu del faraón muerto y divinizado que lo había construido en vida. En cambio los templos orientales –los magnos recintos sagrados que se levantan en Karnak y Luxor, y cuyas siluetas dominaban las construcciones de adobe de la antigua capital- eran el palacio donde moraba la divinidad. Un palacio vetado a los fieles, y en el que sólo podían entrar aquellos cuya vida estaba consagrada a los dioses. Un palacio que era, además, un microcosmos a escala reducida, un prodigioso generador de energía que mantenía el orden de las cosas, la Maat, para el buen discurrir del país.

El Harén de Karnak
Karnak fue el núcleo religioso de Tebas, el corazón de Waset. Allí, Amón, dios del Imperio, y su esposa Mut, los componentes de la pareja divina, disponían de su propio recinto amurallado. Khonsu, hijo de ambos, tenía su templo en el interior del recinto paterno. Adosado al muro norte del solar de Amón, otro espacio amurallado marca todavía hoy el territorio del que fuera antiguo señor de Tebas, el dios Mentu, desplazado por Amón ya en los lejanos tiempos de la dinastía XII. Fue a unos tres kilómetros al sur de Karnak donde uno de los grandes soberanos de la dinastía XVIII, Amenhotep III 1402-1364 a.C., construyó ipet-resyt, el Harén del sur de Amón , que es como se llamó el templo de la actual Luxor.
Y es que el templo de Luxor fue concebido como una parte importante del templo de Amón en Karnak, como su complemento, a pesar de que los asentamientos urbanos ahora los separen. Se edificó para celebrar la fiesta de Año Nuevo, cuando las aguas de la crecida anual del Nilo alcanzaban su máximo nivel. En la fiesta de Opet, como la llamaron los antiguos egipcios, la triada divina de Amón – el dios, su esposa y su hijo- rendía visita a su harén meridional. Las imágenes de Amón, Mut y Khonsu, saliendo de sus santuarios de Karnak, emprendían por el rio, en sus barcas sagradas, la corta travesía hasta Luxor. Allí reposaban en sus capillas durante, aproximadamente, once días. Mientras, en el exterior, el pueblo alborozado celebraba la crecida confiando en que ésta aportase una cosecha próspera, ya que así lo había pedido el faraón a su padre Amón. Concluidos los festejos, el regreso a los templos de origen se hacía por tierra, siguiendo la avenida de esfinges que une Karnak con Luxor.
Visitar Luxor es como remontarse a los mayores tiempos del Imperio Nuevo 1552-1069 a.C. porque Luxor permite, con un mínimo de imaginación, seguir paso a paso su glorioso pasado, a diferencia de Karnak, demasiado alterado y roto tras siglos de inmisericordes saqueos y devastaciones. Si Karnak es un fantasma que no se resigna a desvanecerse del todo, Luxor es una realidad tan sólo adormecida pronta a despertarse con los pasos del viajero que llegue en el silencio y la soledad del amanecer.
La Morada de Amón
En esa hora propicia al recogimiento el visitante debe cruzar el colosal pilono que construyera Ramsés II y no debe detenerse hasta llegar ante las catorce gigantescas columnas que marcaron la entrada al templo original, concebido por aquel genial arquitecto que se llamó Amenhotep hijo de Hapú.
Franqueando la puerta de un pilono que no llegó a terminarse, se entra en un armonioso patio porticado, vestíbulo abierto de una sala hipóstila más pequeña y menos impresionante que la de Karnak, pero bella y armoniosa como ninguna otra. Es ésta la última antesala a los lugares de la oscuridad y el silencio, al lugar de descanso de los dioses. Todas las columnas tienen sus capiteles en forma de papiros con las umbelas cerradas, a excepción de las catorce que se hallaban a la entrada, que abren sus corolas al cielo. Es, como todo en Egipto, un simbolismo buscado; las umbelas abiertas son la luz, la plena explosión de la vida, mientras que los cálices cerrados representan la vida contenida, la esperanza de una luz, un renacimiento por llegar, el recogimiento que acompaña a la penumbra donde yace Amón, llamado el oculto.
Pero además, este patio es la prueba más palpable de que el templo quizá no ha revelado todavía todos sus secretos. En 1989, durante unos trabajos de mantenimiento, se encontraron veintidós estatuas a tan sólo dos metros y medio bajo las losas del pavimento que, a diario, pisan miles de turistas. Enterradas por razones desconocidas en el siglo III d.C., estas esculturas, de una calidad extraordinarias, aparecieron en un estado perfecto de conservación. Una de ellas puede considerarse excepcional: se trata de una escultura de 2´5 metros de altura, tallada en bellísima cuarcita roja, que representaba a Amenhotep III sobre un trineo. Bajo ella salieron a la luz otras de los faraones Tutmosis III, Horemheb y Tutankhamón, y de las diosas Iunyt y Hathor.
Al final de la sala se encuentran dos pequeños habitáculos destinados al reposo de las barcas-capilla con que los dioses viajaban de Karnak a Luxor, a la izquierda, el de Mut, y a la derecha, el de Jonsu. La barca de Amón y su estatua ocupaba el sitio más recóndito, justo al final del templo. Amenhotep hijo de Hapú estableció aquí el canon definitivo del templo egipcio, que ya no cambiaría hasta la dominación romana.
Luxor, modelo para la eternidad
El modelo de templo fijado por Luxor consistía básicamente, en un pilono de entrada que da acceso a un patio porticado descubierto, seguido de una sala hipóstila, y de una o varias antesalas del Sancta Santórum, el lugar donde reposaba la divinidad. Todo ello siguiendo un único eje longitudinal y una disminución progresiva de la altura de la sala hipóstila, una serie de capillas y almacenes guardaban los objetos necesarios al culto. Hasta aquí entraban los sacerdotes portando las barcas en procesión.
El templo primitivo sufrió importantes transformaciones en épocas posteriores. Puestos que la barca de Amón necesitó más porteadores y los porteadores más espacios del que ofrecía el pasillo original, fue necesario recortar las basas de las columnas centrales. En época romana se remodeló una antesala para ser santuario del culto imperial; los bajorrelieves de Amenhotep III fueron borradas por una capa de estuco sobre la que se pintaron las efigies de los emperadores. Pero más drástica aún había sido la transformación del santuario de la barca de Amón, reestructurado por Alejandro Magno cuando se hizo coronar faraón en 332 a.C. Lamentablemente, los relieves en que vemos al conquistador macedonio tocado con la corona azul ante un Amón itifálico están demasiado lejos de la perfección que habían alcanzado los altorrelieves de Amenhotep III. Por fortuna, y a pesar de las mutilaciones de que fueron objeto los relieves a manos de los cristianos coptos, se ha conservado una escena capital: la teogamia. Así llamaron los griegos a la unión canal de una reina con un dios, en lo que resultó el más eficaz truco para legitimar una ascensión al trono cuando los derechos dinásticos no estaban demasiado claros. La artimaña nació con Hatshepsut y Amenhotep III la copió. Así que ahora vemos cómo es Amón quien, tomando la apariencia de Tutmosis IV – padre de Amenhotep - , cohabita con la concubina real Mutemmuia y engendra al nuevo rey.
El Templo de Ramsés
Ramsés II 1289-1224 a.C. no pudo resistir dejar su impronta en este magnífico templo y lo hizo a lo grande, como hacía todo lo suyo. Pero antes de su intervención, Luxor había experimentado otros cambios. Así, las altas columnas de la entrada que construyó Amenhotep III están rodeadas por los muros que mandó levantar Tutankhamón cuando éste retornó a la religión de Amón, una vez que se cerró el paréntesis del culto a Atón, impuesto por el faraón hereje Akhenatón. Poco duraron los cartuchos y efigies de Tutankhamón, pronto sustituidos por los del faraón Horemheb, el último rey de la dinastía XVIII. Las dos mejores estatuas volvieron a cambiar de propietario, y las efigies de Amón, con las facciones aniñadas de Tutankhamón, se convirtieron en una ofrenda a Ramsés II.
Sólo fue el comienzo. Ramsés II, tercer soberano de la dinastía XIX, prolongó el templo añadiéndole un nuevo patio porticado y la fachada actual: un pilono en el que grabó su autoproclamada victoria sobre los hititas en la batalla de Qadesh, precedido por seis estatuas colosales y dos majestuosos obeliscos. Mucho ha dado que hablar la nueva orientación de la obra de Ramsés, pues, rompiendo la dirección del eje del templo, la cambió, enfilando su ampliación hacia el recinto de Karnak. Al parecer, dicho cambio habría respondido a la voluntad de respetar la ubicación de un antiguo santuario de las barcas construido, aparentemente, por Tutmosis III. Ramsés, faraón guerrero como su glorioso antecesor, al que sin duda admiraba, habría querido rendir homenaje a Tutmosis respetando su obra.
Ramsés II, aquel incansable constructor, no concedió descanso a sus escultores a la hora de multiplicar sus estatuas colosales. Las gigantescas estatuas sedentes que presiden su pilono en Luxor son magníficas. Y más aún las que coloco al final de su patio, justo antes de pasar el umbral de otro pilono inacabado que le servía de cierre.

domingo, 11 de abril de 2010

LA CORONACIÓN DEL FARAÓN RAMSÉSII

Amanecía en Tebas, y las calles de la ciudad se palpaba el nerviosismo. Los sacerdotes pugnaban por ser especialmente escrupulosos en el cumplimiento de sus deberes, pues había muerto el rey Seti I y en el país se había instalado la incertidumbre. Los mensajeros habían partido hacia los rincones de Egipto para informar de lo ocurrido en la corte. En el recuerdo de todos, aún resonaba la voz que, después de indicar el año, el mes, la estación y el día en que se encontraban, había anunciado: El dios Men Maat Ra (Seti I) ha ascendido a su horizonte, el rey se ha elevado al cielo, se unido al disco solar, se ha fundido con quien lo creó. El silencio de los cortesanos, con los corazones henchidos de tristezas, resultaba perturbador. Pero también era motivo de esperanza el saber que el heredero del reino, el príncipe Ramsés, había asumido sus deberes y estaba cumpliendo los ritos que asegurarían la inmortalidad del soberano difunto, aquel que, aunque había gobernado con mano férrea, supo proporcionar la paz y el orden que requerían los dioses y los hombres.
EL PELIGRO ACECHA
El cuerpo de Seti I se hallaba en las experimentadas manos de los embalsamadores, cuya labor debía abrir las puertas de la inmortalidad al faraón difunto, puesto que la momificación permitía el renacimiento del soberano como Osiris, el dios del Más Allá. Ahora Ramsés subiría al trono de Egipto como nueva encarnación en la tierra del dios Horus, hijo de Osiris. Todo lo que debía hacerse tras la muerte de rey-dios estaba determinado de antemano.
Pero la desaparición del monarca suponía inevitablemente una alteración del orden cósmico, de la Maat. Egipto se debilitaba y, en consecuencia, podían acecharlo fuerzas hostiles: desde los enemigos del país hasta peligros sobrenaturales que se manifestaban en forma de plagas, hambrunas y desgracias que podían sumir a Egipto en el caos. Y aunque el príncipe heredero satisfacía los ritos necesarios para que su padre, el faraón, se uniera a los dioses con los que iba a vivir durante toda la eternidad, aún no había tenido lugar la ceremonia de coronación. Con ella, el futuro soberano se convertiría en el restaurador y garante de la Maat, y el equilibrio del universo quedaría restablecido.
LA CORONACIÓN
Para asegurar la estabilidad del Estado y el orden natural de Egipto entre uno y otro reinado, nobles, sacerdotes y dioses preparaban la coronación del nuevo monarca, que le daba legitimidad para gobernar. Los textos egipcios relativos a esta ceremonia son pocos, pero nos permiten imaginar su desarrollo. La coronación no tenía lugar en un lugar concreto, sino que cada rey escogía un escenario de especial significación religiosa o política: Tebas, Menfis, Heliópolis, Sais…
Al parecer, los egipcios preferían el primer día del año nuevo o el primer día de la estación de la siembra, entre noviembre y marzo, para llevarla a cabo. Los ritos comenzaban al alba de la primera jornada y se extendían al menos durante cinco días. Todos se llevaban a cabo en el templo y comenzaban con un baño ritual que tenía por objeto la purificación del futuro rey. Entre himnos y alabanzas, dos sacerdotes cubiertos con máscaras de halcón y de ibis que encarnaban a los dioses Horus y Thot, llevaban a cabo esta especie de bautismo vertiendo sobre el faraón agua del Nilo, para purificarle de las impurezas humanas.
Después se ungía al nuevo rey con siete óleos sagrados, que lo protegían del mal y lo vinculaban a sustancias mágicas: perfume de festival, aceite sagrado, resina, aceite nejnem, aceite uaut, aceite de cedro de primera calidad y aceite libio, los cuales provenían de la tierra primordial que había dado origen al mundo.
El baño con agua del Nilo, fuente de vida, y la aplicación de los óleos sagrados perseguía un doble propósito. Por una parte, crear las condiciones de un nacimiento que abriera a Ramsés las puertas a una nueva existencias de naturaleza divina y poderosa, como soberano de Egipto; por otra parte, unir al nuevo rey con los orígenes mismos del mundo y del cosmos.
Otro pasaje de la coronación consistía en una carrera ritual en torno a un muro o a un terreno delimitado por mojones, cuya área evocaba el muro blanco que rodeaba Menfis, la primera capital de Egipto y simbolizaba el territorio sobre el que iba a gobernar. Con esta carrera, el nuevo monarca consagraba su dominio del país y le otorgaba su protección.
Puesto que el soberano había nacido a una nueva existencia, debía recibir nuevos nombres. Como se hacía con todos los niños de Egipto, ya se le había impuesto un nombre al venir al mundo, pero los reyes adoptaban cinco, precedidos por títulos que los unían a concepto divinos. Estos nombres debían ser registrados en los frutos del árbol de la persea, hecho que se relacionaba directamente con el destino. Según el mito, la persea crecía en el cielo, morada de los dioses, lo que quizás implicaba que al tiempo que se desarrollaba la coronación en la tierra, tenía lugar una coronación celestial, con el beneplácito de las divinidades. Esta ceremonia especialmente importante, se realizaba en la intimidad del tiemplo, lejos de miradas extrañas. Quienes según la mitología inscribían los nombres eran tres divinidades: Atum, el dios creador, y los dioses de la escritura Thot y Seshat, quizá representados terrenalmente por dos sacerdotes y una sacerdotisa, aunque sólo en el momento puntual dela ceremonia.
Tras haber recibido sus nombres, y como sucedía con los niños después de nacer, el futuro rey debía ser alimentado con leche materna. Pero él se nutría mágicamente del seno de una diosa de carácter maternal, gracias a cuya leche adquiría cualidades divinas. Esta diosa podía ser Isis o uno de los otros aspectos con los que en determinados momentos se identificó a esta divinidad: Nekhbet, Uerethekau, Mut, Hathor…
SOBERANO DEL DOBLE PAIS
Era imprescindible que el faraón cumpliera los ritos de coronación de forma dual, una vez como rey del Alto Egipto y otra como soberano del Bajo Egipto. Mientras permanecía sentado en un estrado era investido con las coronas reales, quizás ofrecidas por los dioses Horus y Seth como representantes del norte y el sur respectivamente; y luego recibía los cetros. En la ceremonia de coronación de la reina Hatshepsut, por ejemplo, las coronas fueron impuestas a la soberana en el orden siguiente: primero, el pañuelo nemes; luego, el casco ceremonial jepresh; después, el tocado ibes, y, a continuación, una tras otra, la corona roja, la atef, la la corona Re, la corona blanca y la corona doble.
De todas las coronas, las más importantes eran la roja, la blanca y la doble, que eran impuestas al nuevo monarca por el dios Atum, representado por un sacerdote con la máscara del dios. Como rey del norte se le vestía en la capilla Per-ur, la casa grande, con la corona roja, protegida por la diosa Uadyet. Acto seguido, como rey del sur, se imponía al soberano la corona blanca o pschent, lo que hacía en la capilla Per-neser, la casa de la llama, asociada a la diosa buitre Nekhbet. Sabemos que ambas coronas se empleaban desde el IV milenio a.C. y que más allá de su significado político, tenían otras connotaciones: la roja encarnaba el potencial femenino de la vida, y la blanca, el principio vital masculino.
La reunión de las coronas roja y blanca daba lugar a la doble corona, que desde el período tinita, en el III milenio a.C., se empleó para mostrar al rey como soberano del Egipto unificado. Los egipcios la llamaban sejemty, las dos poderosas. Según se quisiera destacar su papel como soberano del Alto o el Bajo Egipto, la corona roja se reproducía sobre la blanca o viceversa. Esta doble corona estaba vinculada al poder terrenal del rey, en contraposición a la corona atef, asociada con el mundo del Más Allá por ser la corona de Osiris.
Otro tocado que se colocaba sobre la cabeza del rey era el menes. En realidad, se trataba de un cubre peluca confeccionado con una pieza de tela que cubría la cabeza cayendo a ambos lados del rostro y que se anudaba por la parte posterior. En su origen tenía un sentido práctico: permitía sujetar y mantener limpio de arena e impurezas el cabello; pero desde el período tinita devino un símbolo para identificar al monarca con las fuerzas divinas y lograr de ellas un poder que no ha podido determinarse con precisión.
Entre la indumentaria que vestía el soberano durante la coronación destacaban las sandalias blancas, el calzado de los dioses. Su color era signo de pureza y con ellas el faraón dominaba simbólicamente el mundo que hollaban sus pies. También se le entregaban joyas propias de su función en forma de pectorales y collares mágicos, así como diversos cetros. Entre éstos figuraban el nejej y el heqa, cuyo origen podría remontarse a los primeros estadios de la civilización faraónica.
LOS CETROS DEL PODER
El flagelo o mayal nejej quizás fue en su origen un instrumento empleado por los nómadas para conducir el ganado, y luego derivó en emblema de poder y autoridad, convirtiéndose en una guía mágica para gobernar a los hombres. De forma similar, en el cayado heqa se ha visto un antiguo útil de pastor, aunque puede que fuese también una antigua arma de cazadores, luego empleada por comunidades de pastores y que adquirió una función protectora, para dirigir a los hombres. El heqa fue uno de los cetros más importantes y poderosos de todos los hallados en Egipto, y aparece en los enterramientos privados a modo de amuleto, como símbolo de protección real.
La falta de texto con detalles relativos a la coronación posiblemente se deba al carácter de la misma, que debió de ser una ceremonia mágica y muy poderosa, por lo que no podía referirse lo que acontecía en ella. Tras complejos pasajes y diversos ritos, durante los cuales el faraón se presentaba ante los dioses para lograr su aceptación, y en los que se realizaban todo tipo de ofrendas, se soltaban aves y se lanzaban cuatros flechas en la dirección de los cuatros puntos cardinales para conjurar el mal y para que el cosmos supiera del ascenso del nuevo rey.
ACLAMADO POR SU PUEBLO
Éste era el momento glorioso en el que el soberano se mostraba a sus súbditos, la parte pública de la ceremonia durante la que se quemaba incienso y se realizaban ofrendas de bueyes y animales del desierto.
Una vez concluidos los rituales de coronación, los enviados parten hacia todos los confines del país para proclamar los nombres y títulos del nuevo monarca, que a partir de ahora se tendrán que incluir en los documentos.
A Ramsés, ya convertido en soberano, le espera una ardua tarea –al igual que sus predecesores- deberá actuar como gobernante, como sumo sacerdote de todos los templos, como estratega y como soldado, funciones para las que se ha preparado durante largos años como corregente de su padre. A ellas se entregará con pasión, aunque para desempeñarlas tenga que relegar su vida privada a un segundo plano. En efecto, al engrandecimiento de Egipto dedicará los sesenta y seis años de su reinado, uno de los más longevos de la historia del país del Nilo.